El engaño fino

Estamos en plena temporada montera y esto nos llevará a visitar cotos y fincas de variada condición. En algunos casos las densidades serán suficientes para la celebración, en otros será la calidad de las piezas, en otros, ambas cosas se reciben a la vez del organizador y en otros ni la calidad ni la densidad.


Ambas están sujetas a la influencia del modo en que esas propiedades son gestionadas, aunque alguno me dirá que un factor importante será el que el acotado sea abierto o cerrado, y ahí tenemos el principal causante de muchas frustraciones y desengaños, por no llamarlo embarques.

El que se dispone a organizar una montería en terreno abierto se sabe con cierta permisividad a la hora de presentar unos resultados aleatorios o escasos. Y digo escasos abarcando ambos campos de la escasez; exiguos en cuanto a la cantidad y/o pobres en lo referente a la calidad. Cualquier excusa es susceptible de ser manejada; chanteo nocturno previo, mal desempeño de la función de las rehalas, viento desfavorable, meteorología adversa, mudanza a otros predios por cualquier razón, excesiva presión de seteros y domingueros-excursionistas, o algo tan simple como que no se puede asegurar nada en una finca abierta.

Esta última razón es un buen comodín que sirve para todo y puedo estar de acuerdo con ella, pero siempre dentro de unos límites razonables y siempre que sean factores que queden fuera de su control, aunque estos deberían ser los menos posibles y siempre deberían tener un plan de contingencia ante su aparición. No se puede decir que se esperan abatir 25 o 30 cochinos y luego nos encontremos con un tapete de 5 y por añadidura todos primalones y hembras.

Por otro lado un capitán de montería como es debido, como se espera de él, debe entender los entresijos de su finca y saber con cierta aproximación lo que podemos concebir de una montería en ella en las condiciones que nos la plantea, como la época del año, tipo y número de rehalas participantes, medidas que fomentan la estancia de las reses en su propiedad, perturbaciones que afectan a la tranquilidad de la fauna, disposición de los puestos, densidad de los mismos, tipo de monteros convocados, medios puestos al servicio de su realización, etc.

A lo que voy es que esta teórica imposibilidad de asegurar algo razonable lleva a algunos a actuar con cierta desvergüenza, y me estoy refiriendo a otros aprovechamientos que se llevan a cabo a espaldas de los incautos poseedores de una acción para esa montería, desconocedores de que todo aquello que pudiera interesarles ya ha sido extraído de la finca previamente.

Estoy de acuerdo en que cuando se convoca una montería no se va a adjuntar a la misma el plan general de gestión de la finca, pero creo que debería ser de elemental importancia el referir qué otras modalidades de caza se llevan a cabo sobre las mismas especies de interés montero, para poder evaluar si cuando acudamos a la celebración lo que nos vamos a encontrar es tan solo el sobrante que el propietario ha dejado ir por falta de atractivo.

Lo que no se suele referir es lo que ha ocurrido en ese coto desde la última vez que se monteó la temporada pasada. No se cuenta que se han hecho más de cuarenta o cincuenta esperas durante primavera, verano y otoño, con lo que si había algún verraco de buena tablilla por allí ya está en la pared de trofeos del propietario. Tampoco se cuenta que durante la berrea se han abatido todos los venados sobresalientes que por allí hubiera.

En los cultivos como la aceituna, la almendra o la uva, el propietario de la plantación suele dejar una vez efectuada la cosecha, que acudan personas de las inmediaciones a efectuar lo que se llama la «rebusca». Simplemente permite que ciertas personas se ayuden en su economía recogiendo esos frutos que han quedado sin cosechar, que con gran trabajo y dedicación a coste cero pueden tener un valor, pero que para el propietario tendría un coste inasumible el recolectarlas. Pues esa es la sensación que se tiene cuando se acude a una montería de estas; que vamos de «rebusca», pero pagando, y eso es un dislate.

Algunos hay que incluso tratan de apostillar las bondades de su coto o finca relatando sus aventuras y sus logros previos a la montería, o nos cuentan cómo hace pocas fechas, estando de espera, le entró el bicho de su vida, pero que por determinadas circunstancias no pudo hacerse con él. El bondadoso, o más bien cándido, montero pensará con fruición que estará rondando esos andurriales y que posiblemente él sea el agraciado en ese día de montería, en lugar de pensar que ese animal tuvo suerte, pero otros muchos no la tuvieron y ahora no están allí para él.

Aquello de que en una finca abierta si no lo mato yo, otro vendrá y lo matará aquí o en otro lado, no vale. No todos los bichos se han de ir de aquí para allá, y si lo hacen, ¿por qué no pueden venir también de fuera? Parece que todos los bichos se quieran ir de lo nuestro, ¿pero al vecino no le pasa lo mismo? Si todos los bichos se quieren ir de lo nuestro es que no lo hacemos bien.

Preocupémonos de hacer de nuestro coto un paraíso para los bichos y olvidémonos de tanto supuesto trajín. Si en nuestro coto están a gusto, tranquilos, con alimento disponible abundante, con agua y refugio tanto en invierno como en verano, y sin exceso de presión cinegética, es seguro que los tendremos allí en número más que aceptable para dejar satisfechos a nuestros monteros invitados.

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