El buen estilo de la propiedad

Hace años escribía para estas mismas páginas un artículo que resumía de una manera muy práctica qué comportamientos son adecuados o inadecuados entre los monteros, glosando de forma breve y concisa todos aquellos pecados que usted no debe cometer si acude a una montería.


Pero ahora me voy a referir a un comportamiento que por más que lo observo constantemente, no me deja de producir cierto reparo, y me llama la atención el hecho de que nadie, al menos que yo conozca, haya presentado objeción alguna ante esta circunstancia, aunque en este caso me refiero a una acción que llevan a cabo los propietarios de las fincas que se montean, no de los monteros que acuden a las mismas.

Me estoy refiriendo a los puestos que la propiedad se reserva para sí en una montería, pero hablo de las posturas en monterías que se comercializan, evidentemente no entro en aquellas en las que la celebración se lleva a cabo por invitación, en las cuales cada uno es libre de actuar como desee dentro de su casa, y los asistentes habrán de aceptar por buenas éstas y otras iniciativas que la propiedad disponga en aras de la amistad que les une.

El caso es que olvidándome de tradiciones y costumbres, que bien cierto es, normalmente se remiten a éstas monterías por invitación, dado que ése es el origen de la montería actual, la transformación de las costumbres que ocurrió allá por mediados del siglo pasado, cuando una creciente clase social media, prácticamente inexistente hasta ese momento, pero deseosa de ejercitar esta modalidad de caza que tanta representatividad otorgaba a sus practicantes, unido a un intento de los poseedores de rentabilizar mejor unas grandes haciendas agropecuarias que veían reducirse sus rendimientos día a día, hizo que las monterías comerciales comenzaran a hacer su aparición por nuestras sierras. Bien es verdad que si la heredad lo permitía era frecuente reservar una o dos manchas para ser ojeadas en privado por invitación, como medio de conservar unas relaciones personales difícilmente agasajadas al mismo nivel con otro tipo de actividad sustitutoria.

En estas monterías el propietario de la hacienda suele retener para él y su familia más allegada un número de posturas que no entran en sorteo, en caso de que se llevara a cabo, y que no están disponibles para colocar a ningún invitado. Ocasionalmente estos puestos pueden ser más cómodos de acceso, pero casi siempre son posiciones que podríamos definir refiriéndonos a sus resultados como puestos de bandera. Como dije antes, en una montería por invitación no hay nada que decir al respecto, pero ¿en una montería comercial que se ha vendido y se ha obtenido un rendimiento económico por ello?

Llega a ocurrir también en algunos casos que estos puestos ‘de la propiedad’ ni siquiera aparecen en el croquis de la mancha y su disposición de armadas y posturas, con lo que llegan a configurarse como auténticos puestos fantasma.

Pero trasponer esta práctica a una montería que se ha comercializado no me parece una buena aplicación. Soy consciente de que las normas no escritas y la tradición, que como he observado antes se basa en una modalidad de montería que no corresponde con el patrón mercantil actual, lo podrían permitir, pero también creo que el buen hacer y la integridad debería mover a cada uno a renunciar a ese más que discutible derecho.

Si ya hemos cobrado por la montería en nuestra finca, ¿no deberían todos los participantes, propietario incluido, tener los mismas privilegios? No se trata de que el dueño no pueda participar en la montería que se da en su casa, ya que se puede negociar este número de puestos para él y su familia o allegados, se trata de que todos deberían participar en igualdad de condiciones y entrar todos los puestos, incluyendo los de la propiedad, en el sorteo, de manera que la suerte se reparta en igualdad de condiciones.

No entiendo muy bien cuál es la base en la que se sustenta este proceder. Es como si al servirme un plato en el restaurante el camarero de sentara a mi lado y lo tuviera que compartir con él. Si he pagado, el plato es mío por entero con todo lo que conlleva, y no puede ser que me detraigan algo de él, y encima ese algo sean las mejores porciones.

No se puede querer todo; o la caza o el ingreso económico.

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