Recuerdos de verano

Siempre por esta época, pero especialmente este año después de la moratoria propuesta por SEO/BirdLife, suelo acordarme de mi padre y de lo bien que lo hemos pasado juntos en una finca agrícola de la provincia de Almería, propiedad de mi tío Andrés.


Todos los años durante la media veda de muchos agostos y septiembres de finales de los años 60 y durante toda la década de los 70, el día 15 amanecíamos en la era del cortijo, ubicada muy cerca de la casa, donde la noche anterior nos habíamos acostado cómodamente sobre una manta que poníamos encima de la paja y con la ropa de caza puesta y la escopeta y cartuchos bajo otra manta, pues el tiempo no era lo que es y hasta en el campo de Almería convenía abrigarse. Y así, sin más luz que la que nos proporcionaba el candil de los gitanos y con las estrellas del cielo por testigo, escuchando a los grillos, el ulular de los búhos y el grito de las lechuzas, entre otros muchos ruidos que nos fascinaban, la noche pasaba rápido y al despuntar el día nos encaminábamos hacia el puesto sin agua, porque era tan limpia y pura la de las fuentes que la podías beber, ni otra cosa para desayunar más que melocotones, higos, brevas y otras frutas que sabían a gloria y que ni había que lavar, pues los frutales ni ningún cultivo se trataban con productos químicos. Cuando llevábamos una percha de 10-12 tórtolas, a la hora u hora y poco de ponernos, como mucho, nos dábamos una vuelta por las rastrojeras y bancales cercanos al cortijo para completarla con otra docena de exquisitas codornices que cobrábamos sin perro, pues eran tan abundantes también que no necesitábamos ayuda para levantarlas, y si alguna se perdía, era cuestión de ir a por Cavalcanti, que así se llamaba el perro. No necesitábamos cazar más, a veces ni siquiera salíamos por la tarde, pues al día siguiente y al siguiente y todos los días de la temporada y de las temporadas que le siguieron durante años podías hacer la misma percha hasta que, primero las codornices y luego las tórtolas, fueron abandonando poco a poco aquellas tierras y las de los alrededores y las de toda la provincia, pues en todos los sitios las buscamos sin encontrar ningún cazadero similar, ni en tórtolas ni en codornices, al que durante tantos años habíamos disfrutado. Como no tenía claro el motivo, pensaba que quizás lo que estaba pasando era consecuencia de algo así como una maldición que no solo terminó con la codorniz y redujo mucho las poblaciones de tórtolas, sino que también había caído sobre la caza menor en general, pues a partir de los años 80 comenzó a escasear. Y en efecto, años después comprendí que se trataba de una maldición llamada agricultura moderna que envenenó poco a poco a los regadíos y al grano, mató a los insectos, dejó sin cobijo a las especies cinegéticas y protegidas y es la primera responsable de haber conducido a la lamentable situación en la que se encuentra la caza. Es seguro que además influyen otras causas; sin duda alguna, la falta de agua y el clima tan caluroso que tenemos no beneficia la situación, pero de lo que estoy completamente convencido es que prohibir la caza, que proporciona agua limpia y alimento no contaminado a las especies, no solo no es el remedio, sino que quienes lo proponen o no saben lo que dicen o mienten de forma interesada, que es lo que sinceramente creo. Cuidado con los calores del verano y buena media veda a todos.
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