Puntas huecas y cabezas duras

Vemos cada día cómo las fuerzas policiales en todo el mundo se enfrentan a delincuentes extraordinariamente armados. Los noticiarios nos dan cuenta de las múltiples y espantosas actividades terroristas, ya sean con coches bomba o mediante individuos aislados que matan indiscriminadamente, sin el menor temor y aún asumiendo de que ellos serán también abatidos.


Lo vivimos en nuestra propia tierra (donde lamentablemente sabemos bastante de atentados), cuando las alertas crecen de nivel para intentar atajar en lo posible la acción de los asesinos. Y esas alertas que aumentan su calor, implican también que veamos a muchos agentes provistos con diferentes tipos de armas (al margen de los que no podamos reconocer por no vestir uniforme, benditos ellos también), que pretenden un efecto disuasorio, aunque por lo ya visto no es esa una solución en absoluto válida con los terroristas más temibles y activos en el mundo. Pero el tema que quiero tratar se centra en cuestiones mucho más concretas, físicas y palpables. Es algo que ya he comentado muchas veces a lo largo de los años, que parece del todo lógico (como se ha demostrado en muchas fuerzas policiales del planeta), y que hasta se ha tenido en cuenta por las normas de las más altas instituciones internacionales, al plantear la VENTAJA que supone para los agentes que han de enfrentarse a disparos hostiles —que además no irían sólo contra ellos—, el emplear munición expansiva, generalmente de punta hueca. Pero en España eso ¡NO! Hay muchas razones que confirman lo acertado de usar esa munición, como es el mucho mayor poder de incapacitación que supone que el hostil sea anulado más rápidamente, impidiendo a la vez el progreso de su acción, y con ello efectuar menos disparos. Otro factor de importancia fundamental reside en que por la propia estructura del proyectil, al expandirse cede mucha más energía que una bala blindada (que es la munición de guerra de nuestras policías), pero resultando por ello que no se produce el peligrosísimo efecto de sobrepenetración, por el que la bala puede alcanzar a una o varias personas por detrás del delincuente o terrorista. Y vemos en nuestras calles, y hasta en locales cerrados y atestados de gente (estaciones de tren o autobús, aeropuertos, etc.), agentes armados hasta con fusiles de asalto, cuyas balas blindadas tendrían un extraordinario poder de penetración. Pero, además, unido a esto último, se produce otro riesgo tan terrible como evidente, y me refiero a los rebotes que producen esas balas al impactar contra superficies duras como suelos o paredes, efecto que queda indiscutiblemente reducido en gran medida en el caso de las expansivas. Hay un vídeo en YouTube —y también en esto debemos aprovecharnos del alcance de las redes sociales—, que vamos a compartir en nuestro Facebook por su importancia y por lo claro y rotundo que su autor (Félix Carmona, a quien aprovecho para felicitar por su excelente trabajo), expresa esas ventajas e inconvenientes que pueden significar la vida para los propios agentes y para personas inocentes, potenciales víctimas colaterales que lo serían sólo por efecto del uso de munición inadecuada. Es algo irrebatible que esas balas que utilizan nuestros agentes de la ley son, en sí mismas, prácticamente idénticas a las que se usaban hace 130 años. Y la balística y la cartuchería han evolucionado mucho en todo ese tiempo, incluso para perjuicio de los malos, llegado el caso.
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