Panorama sombrío

En la entrevista que ha tenido la gentileza de conceder a la revista Hunting in the World Tony Sánchez Ariño, el más veterano, reputado y multilaureado cazador profesional español, traza un panorama poco alentador sobre el presente y el futuro inmediato de la caza en África.


«Cada vez los safaris son más caros y los resultados más pobres», asegura. Se refiere, claro está, fundamentalmente a la caza que él prefiere y en la ha llegado a ser un destacado especialista de prestigio internacional, que es la de los cinco grandes y algunas otras notables especies, siempre sobre animales verdaderamente salvajes en espacios libres, abiertos. El análisis que hace de la situación en los diferentes países lo resume con una frase lapidaria: «El África negra al norte del río Limpopo y hasta los confines con el Sahara está agonizando, cinegéticamente hablando». ¿Exagera? Tal vez sea poco oportuno comparar la caza en el África que él llegó a conocer, en los primeros años de la década de los 50 del pasado siglo, cuando elefantes, rinocerontes negros, leones y búfalos deambulaban libremente por decenas o centenares de miles de individuos por buena parte del continente, con la situación de hoy, cuando los que no están en peligro de extinción pueden, en muchos países, llegar a estarlo si las cosas no cambian rápidamente. Tal vez no sea oportuno, decíamos, pero si no es la pura realidad se le acerca mucho. Todo cambia, es cierto. África aumenta de población a ritmo creciente, las ciudades se expanden y aumentan las necesidades de todo tipo; el safari se democratiza y se ajusta a nuevos parámetros en tiempo y resultados… pero aún así el deterioro que ha sufrido la fauna más interesante (desde el punto de vista cinegético) en los últimos años es incuestionable, y la tendencia no varía. Atendamos a los datos que aporta Darren Potgieter, responsable de operaciones antifurtivos del Parque Nacional de Zakuoma (Chad): «En 1970, 300.000 elefantes vagaban en una zona de poco menos de 700.000 km2 que abarcaba el sur de Chad, el este de República Centroafricana, el suroeste de Sudán y el noreste de la República Democrática del Congo. Hoy, solo quedan unas cuantas poblaciones aisladas y siguen amenazadas». Sobre las causas, Ariño nos da unos apuntes: «Un furtivismo por parte de los nativos terrible e imparable, pues no se puede luchar contra el hambre, la miseria y la ignorancia, además de estar fomentado en muchos países por las propias autoridades en beneficio propio (…) Las situaciones políticas han hecho que la mayoría de los países de África sean un volcán en erupción (…) con el consiguiente incremento de la inseguridad personal (…) y con el agravante actual del aumento constante de los yihadistas». Como ya nos hemos referido en otras ocasiones desde esta misma página a los mercados, a las mafias y a los corruptos involucrados en las matanzas de animales africanos, dedicamos en esta ocasión un párrafo a la miseria y sus consecuencias. Los datos los encontramos en un reciente reportaje de la BBC:
Un joven mozambiqueño que vive en una aldea cerca de la frontera con Sudáfrica, cansado de la vida miserable a la que le condena el cultivo del maíz en un pedazo de tierra, decide cazar un rinoceronte. Como en su país ya no quedan, se desplaza con otros dos compañeros hasta el Kruger. Se adentra en cuatro ocasiones. Cuatro disparos y 10.000 dólares de recompensa por unos cuernos que valen 250.000. El joven furtivo deja la choza de palos y se muda a una casa de ladrillo con sus esposas e hijos, compra algo de ganado y monta un bar. Dice no estar orgulloso de haber matado los rinocerontes, y sabe que se expuso a ser muerto él mismo por los guardas del parque, pero sabe también que de no haberlo hecho sus hijos estarían pasando hambre.
No pretendemos justificar al delincuente que mata por dinero un animal en peligro de extinción, porque no es justificable. Pero sí insistir en lo difícil que será revertir la situación del furtivismo en África mientras existan tanta pobreza y tanta desigualdad.
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