Barra libre

Sí, barra libre, pero contra la caza. Que cada cual se sirva cuanto quiera, sin tasa, que no hay límite ni controles. Eso es lo que pudiera deducirse a juzgar por lo que se lee y se oye en esos medios de dios desde que el partido en el Gobierno decidió prorrogar la posibilidad de celebrar cacerías dentro de los límites de los parques nacionales.


Para algunos ¡el fin de la conservación!, y porque no se atreven a decir que del mundo, que con ganas se quedan. No importa que sea una mala mentira, que es aquella que se hace pasar por verdad mediante el viejo truco de mezclar datos ciertos con algunos dogmas que, por el hecho de serlo, no precisan demostración. El más socorrido: que la caza, cualquier caza, es, sin excepción, contraria a la conservación de las especies, y práctica recurrente de los sinvergüenzas. Porque lo dicen ellos. Son tantos los despropósitos aventados al respecto –al estilo de «Para vergüenza de muchos y hazmerreír de todos, estos lugares únicos han quedado finalmente desprotegidos ante la caza» que hemos podido leer en el periódico 20minutos– que hacer una simple relación sería demasiado prolijo y aburrido. Pero para quien quiera un compendio para estar al tanto de tanta sandez vertida se le podría recomendar la lectura de un artículo publicado en eldiario.es del 10 de noviembre bajo el título de La casta y la caza. El neocaciquismo del siglo XXI. Una mezcolanza de tópicos, animadversiones, resabios, desatinos y falsedades que no tiene desperdicio. Viene a decir que la caza en general, y la caza en los parques nacionales en particular, es el mal mayor, la fuente de nuestras desgracias y el peor de los oprobios. Vean el estilo: «la caza es una actividad bien valorada por la casta de este país a la hora de hacer ostentación de lo conseguido o lo sustraído». O esta perla dedicada sin el menor rubor a cierto sector de nuestras fuerzas vivas: «A sus pies de machos depredadores, no solo están la cebra, el hipopótamo, el león o el ciervo muerto, están la familia que no puede pagar la factura de la luz, la mujer que no sabe cómo hacer para cuidar a su padre, trabajar empleada y hacerse cargo de sus hijos, el parado, los migrantes sin papeles, las trabajadoras con salario y aun así pobres, las y los jóvenes sin futuro que no se pueden quedar en su ciudad…». Después de leerlo, a uno le queda la duda de si lo que le molesta al redactor de semejantes líneas es que campee la corrupción, o que algunos supuestos, presuntos o confesos corruptos sean, además, cazadores. Pues eso, que cazar en parques nacionales es un desastre porque la caza es perversa y los cazadores son muy mala gente. Difamar a los cazadores es algo tan habitual (y tan barato) que nada nos sorprende. Hace unos días, en un periódico que tanto ha presumido siempre del rigor con el que su libro de estilo obliga a los redactores a titular las noticias como es El País, dejaba paso al siguiente titular: El jugoso negocio de las cacerías ‘púnicas’. Hace referencia, como es evidente, a la llamada trama púnica, y parece pretender trasladar a la opinión pública la idea de que el negocio lo hacían con las cacerías que organizaban, no que se hubieran reunido con ocasión de ciertas cacerías personas implicadas en una trama corrupta. ¡Qué sutileza! ¿Hubieran titulado de manera parecida de haberse juntado jugando al golf, en un puerto deportivo o en un afamado restaurante? Estando la caza de por medio, todo vale. O eso parece.
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