La defaunación del Antropoceno

El pasado mes de julio la revista Science publicó un número especial bajo el título ‘Fauna en desaparición’ que ha causado gran revuelo. En él se alerta de que podríamos estar a las puertas de una sexta extinción masiva de vida animal sobre la Tierra, y gracias a él ha tomado cuerpo un concepto novedoso y llamativo: ‘la defaunación en el Antropoceno’, siendo éste el periodo de tiempo en el que la acción del hombre genera efectos globales.


Lo utiliza Rodolfo Dirzo, catedrático de la Universidad de Stanford, California, para definir tanto la extinción de especies como la desaparición de poblaciones locales y la reducción del número de individuos por causa de la acción del hombre en los últimos 500 años. Los datos son alarmantes. Desde el año 1500, han desaparecido 322 especies de vertebrados terrestres y hemos asistido a una pérdida del 25% de los individuos de las restantes. En conjunto, del 16 al 33% de todas las especies están en estos momentos en peligro. Casos como el del elefante, el rinoceronte o el oso polar tienen la consideración de extremos, pues de seguir la tendencia actual podrían extinguirse en lo que no pasaría de ser un instante en términos geológicos. La gran novedad reside en que no se trata de la acción de las fuerzas desatadas de la naturaleza o del impacto de grandes meteoritos, que serían las causas de las anteriores cinco extinciones masivas que los científicos han detectado en 600 millones de años. Es la acción del hombre, que ha duplicado su población en tan solo 35 años, en tanto que el número de invertebrados se ha reducido a la mitad. Las soluciones, afirma el propio Dirzo, son complicadas, pues supondría no modificar los hábitats y evitar la sobreexplotación, aplicándolo además a situaciones y regiones individuales: «Tendemos a pensar acerca de una extinción como la pérdida de especies de la faz de la Tierra, y es muy importante tomarlo en cuenta, pero hay una gran pérdida del funcionamiento de ciertos ecosistemas en los cuales los animales juegan un rol central que necesita ser tomado muy en cuenta también». ¿Qué papel juega la caza —la caza legal, se entiende— en este desalentador panorama? ¿Se puede seguir afirmando que es un atentado a la ecología y a la supervivencia de las especies, cinegéticas o no, como con tanta frecuencia y tanta impunidad se hace? Hace algunos años, las autoridades medioambientales de México encargaron un estudio para determinar las causas de degradación de sus ecosistemas, y llegaron a la conclusión de que las dos principales eran la agricultura moderna y las grandes explotaciones ganaderas. No la caza regulada, que antes que causa de destrucción es o puede ser una alternativa económica a esas explotaciones agropecuarias. Los detractores de la caza suelen anteponer a la existencia de fincas cinegéticas y demás terrenos acotados, la figura del parque nacional, entendido como un terreno lo más extenso posible en el que la caza esté radicalmente prohibida, para garantizar la supervivencia de la fauna salvaje. ¿Es solo desconocimiento? ¿Ingenuidad acaso? No lo creemos así. Estamos más bien ante una actitud visceral que niega incluso la evidencia. Porque es evidente que la explosión demográfica del hombre hace imposible que el hombre no trate de aprovechar de manera consecuente los recursos que la naturaleza pone a su alcance. Tampoco olvidemos que algunas de las más grandes masacres que se hacen sobre elefantes y rinocerontes, por poner ejemplos citados entre los más graves despropósitos faunísticos que padece el planeta, tienen lugar dentro de los límites de ciertos parques nacionales donde está prohibida la caza desde hace muchos años. Los responsables del célebre Parque Nacional Kruger de Sudáfrica van a desterrar de sus límites a 500 rinocerontes, que habrán de ser trasladados a otros parajes con peor logística que la que exige ser un reclamo para el turismo más o menos de masas, porque no pueden poner freno a la acción de los furtivos. Simplemente se los están matando, uno a uno, por más que mantengan a la guardería en estado de guerra o que se impongan penas de muchos años de prisión a los pocos furtivos que logran detener. La fauna parece probado que está en peligro, pero no es la caza regulada y lícita la culpable. Más bien al contrario. Búsquense los culpables en otros entornos, y déjese de demonizar a quienes, cazando, hacen más por los animales que mil activistas de la anticaza.
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