Los cercones: ¿el precio del progreso?

La primera frase de éste, mi estreno como columnista en Club de Caza, tiene que ser de agradecimiento hacia quienes han hecho posible que estén ustedes leyendo estas letras: Lurueña, Villén y Abad, gracias por la oportunidad, por la confianza y por las infinitas facilidades, espero responder a sus expectativas y ser digno de seguir colaborando en este ilusionante proyecto durante muchos años.



Jabalí abatido por el autor en una espera de otoño.
Debo reconocer que me llevó bastante más tiempo decidir sobre qué escribir en este artículo que escribirlo en sí. Finalmente —por pura deducción— entendí que uno de los debates actuales que más se repite en mi grupo de amigos cazadores podría extrapolarse a estas líneas. Y es que, en una de esas tertulias interminables que surgen invariablemente después de un aguardo, entre el tercer y el cuarto vino aproximadamente, alguien hizo una observación sumamente desconcertante, que transcribo de manera literal: «mi admirado Publio Carrasco abatió en el año 2000, en las sierras de Mesas de Ibor, un marrano que en aquel momento se convirtió en el quinto mayor de Extremadura y el cuadragésimo de España». Yo mismo lo llevé a homologar y lo recogí días después. Mi amigo continuó exponiendo su descubrimiento: «Apenas doce años después ese guarro y su situación en el ranking español han quedado diluidos en el recuerdo». Para mis compañeros de andanzas monteras sigue siendo un icono, un reto que igualar, y sin embargo ya ni tan siquiera se encuentra entre los cien primeros. ¿Cómo era posible que en tan poco tiempo hubiera sido superado por tantos? Del dato esbozado por el observador surgió el planteamiento siguiente: a lo largo de los últimos cincuenta años tan sólo se habían homologado treinta y nueve jabalíes mayores que aquel, y sin embargo, en los últimos doce años se pulverizan records de manera tan disparatadamente acelerada que no puedo por menos que pensar en la influencia de los cercones en estas cifras. Me explico. El único factor que ha variado en la última década en lo que respecta a la caza del jabalí ha sido la aparición de los cercones. Podríamos hablar de una mejor alimentación de los animales, o de la evolución de la visión nocturna pero, al final, cada vez que en las taxidermias que frecuento, un guarro grande me llama la atención, acaban diciéndome la misma frase: «es de un cercón», salvo honrosas excepciones… Sin ánimo de parecer un romántico —que lo soy— sigo creyendo que no hay reto ni dificultad comparables al hecho de abatir un gran marrano salvaje, libre, sin vallas ni mallazos —disculpen la obviedad—, y por lo tanto, me resulta extraordinariamente sorprendente que de manera habitual se hable de las medallas que se garantizan en determinadas monterías, recechos o esperas. Llámenme inocente, acepto incluso ignorante, puedo tolerar hasta el calificativo de pardillo, pero la proliferación de cercones es directamente proporcional al aumento de los trofeos de gran puntuación, y eso es como mínimo inquietante. Hasta aquí el planteamiento inicial, el punto de partida, casi demasiado evidente. Y a partir de ahora se abre la hora del debate. Ya no me planteo la moralidad o inmoralidad de los mismos; en primer lugar porque no soy quién para juzgar las formas y maneras de cada uno. Mi opinión es la del respeto hacia lo que cada cual haga y cómo lo haga, siempre que se respete al animal y se reúnan unas condiciones mínimas para que la lucha sea justa. Y miren ustedes, mal haría yo si en mi primer artículo ya empezara mintiéndoles; he cazado en ellos, en contadas ocasiones y no me ha gustado, jocosamente yo lo llamo caza del Mercadona. Pero mi intención no radica en el debate de lo correcto y lo incorrecto, al menos no hoy, mi duda va más allá: ¿son los cercones la caza que nos espera? En tiempos en que cada vez se hace más complicado sacar horas de donde no las hay, enseñar a los cazadores desde la niñez —como a mí me enseñó mi padre y a él le enseñó el suyo—, en momentos en que prima la facilidad sobre la dificultad, ¿son los cercones una realidad inevitable? Lo cierto es que los resultados son innegables. Se abaten más y mejores trofeos, de ahí que el jabalí de mi amigo desapareciera del listado de los elegidos…

El paraíso debe ser muy parecido a esto.
No pretendo parecer un puritano. Lejos está de mi intención dar lecciones de moral a nadie, simplemente me inquieta la idea de pensar que el futuro de las esperas o monterías de este país se convierta en una caza enlatada. Miren ustedes, en una ocasión, en un safari de antílopes de Sudáfrica, para abatir el Blesbock nos trasladaron a una concesión en la que al parecer abundaban en cantidad y calidad. Llegamos sin sobresaltos a la finca, de unas 20.000 hectáreas y nos acercaron con el coche hasta una manada de animales; con el motor al ralentí, el profesional cogió los prismáticos, miró a los apacibles rumiantes y señaló uno de ellos diciendo que disparara. Sólo les digo, por no robarles a ustedes más tiempo, que me volví a España sin él. Estoy abierto a todo tipo de opiniones y todas me parecerán aceptables y serán atentamente escuchadas. Insisto en que tan sólo les expongo mis ideas y les hago partícipes de las mismas. Esto es lo que hoy rondaba por mi mente y se lo hago saber, para que ustedes también le dediquen al menos unos minutos de reflexión. Quiero pensar que existirá siempre una verdad profunda y arraigada en la caza, una máxima que se basa en que el animal debe ser libre para que su abate sea puro, y cuanto mayor sea la dificultad de su captura, mayores serán la satisfacción y el reconocimiento al vencedor. Sin más, me despido de ustedes. Les agradezco que hayan dedicado unos minutos de su tiempo a leer mis pensamientos en voz alta. Y les felicito por ser cazadores y hacer gala de ello. No debemos olvidar que el mejor conservacionista es un buen cazador. ¡Larga vida a Club de Caza!
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