Los períodos de la caza del corzo

La caza del corzo presenta particularidades inherentes a la naturaleza muy específica de su biología. La verdad es que los ciclos vitales del corzo van en cierto sentido con el paso cambiado con respecto a los demás ungulados, y en concreto a los demás cérvidos.


Adaptaciones que tuvieron lugar en la época en la que este género hizo su aparición en el mundo animal, han quedado impresas en su conducta a través de su evolución milenaria. El género Capreolus surgió en unos tiempos —Pleistoceno— en que este planeta sufría los rigores de tremendas glaciaciones que cubrían nuestro continente con una capa de hielo de varios cientos de metros de espesor. Por ello, no tenían más remedio que migrar hacia el sur a medida que los hielos se hacían dueños de la superficie terrestre, esperando al siguiente período interglaciar que suavizara algo el clima. En esos tiempos ni siquiera el sur estaba libre de estas crudezas climatológicas, por lo que tuvieron que adaptarse a esta situación para sobrevivir. Es fácil entender que la época de los partos ha de coincidir con la de mayor abundancia en recursos, ya que las hembras han de poder obtener un mínimo de los mismos para poder llevar a cabo el proceso de la crianza, con lo que a nadie le sorprende que los corcinos vengan al mundo en mayo, como de hecho se observa en una época parecida a otros cérvidos. Sin embargo, y teniendo en cuenta que por su peso y constitución, así como desarrollo cerebral, su gestación real no es más que de unos cinco meses, sorprende que sus apareamientos sucedan diez meses antes, a finales de julio y principios de agosto. El caso es que el corzo es un animal que ha optado evolutivamente por ser un estratega de la r, es decir, que posee una estrategia reproductiva que se basa en tener gran cantidad relativa de crías para asegurar la pervivencia de la especie. Esto se consigue en un mamífero pudiendo acceder las hembras a ovulaciones múltiples, pero éstas requieren para poderse llevar a cabo, que el individuo hembra esté en muy buena disposición física, y como es fácil comprender si tenemos en cuenta que la gestación real es de cinco meses, las cubriciones tendrían que producirse a finales de diciembre o principios de enero, momento en que los corzos están en los mínimos anuales de condición física. Esta circunstancia ha sido imitada por los ganaderos con una técnica llamada flushing, que consiste en sobrealimentar a las hembras en períodos justamente anteriores a la ovulación, para forzar unos mejores índices en número de óvulos / hembra reproductora. En primavera los recursos han de aprovecharse para sacar adelante la prole, por lo que lo más lógico será esperar a la recuperación de su estado físico, justo antes de la entrada en uno de los períodos limitantes en nuestras latitudes: el verano. Sin embargo, no escapará a la consideración de nadie que si el período de gestación es de cinco meses, con este momento de las cubriciones los corcinos vendrían al mundo en lo peor del invierno, por lo que todos estarían abocados a una muerte segura. Por ello la naturaleza dispone de una herramienta evolutiva que es la diapausa embrionaria, con lo que la especie puede aprovechar el mejor momento para que las hembras sean fecundadas y el mejor también para la crianza de los retoños, sincronizándolos con ciclos naturales como los de la temperatura, la pluviosidad y la disponibilidad de alimentos, para incrementar así sus oportunidades de supervivencia. Pero esto a su vez impone como condición que las hembras sean monoestricas. Esto quiere decir que las hembras van a tener tan sólo un celo al año. Como es natural si solo hay un celo, y da la casualidad que ese único celo en esta especie es muy corto, se presenta otro problema. ¿Qué ocurre si cuando la hembra está receptiva no encuentra al macho que la cubra? Pues que se quedaría vacía hasta un nuevo año. Como hemos visto la estrategia reproductiva de la especie es traer al mundo proles numerosas, por lo que podemos intuir que es muy importante para la misma asegurar una alta tasa de reclutamiento, es decir, la especie no se puede permitir dejar hembras vacías durante un año. Para ello las adaptaciones evolutivas han incorporado otra conducta que en un cérvido no es muy usual; la territorialidad de los machos. Con esta conducta las hembras saben con todo detalle donde se encuentra cada macho en el momento en que va a ser necesitado en la cubrición, porque ellas conocen desde el principio de la época territorial los feudos en los que cada macho es señor. Pero esto implica que el macho tenga a su disposición un arma disuasoria —la cuerna— en el momento adecuado en que precisa defender sus posesiones. De ahí que la cuerna de los corzos lleve un ciclo totalmente opuesto en el calendario al resto de los cérvidos. Una serie de conductas adaptativas encadenadas han dado lugar a este fenómeno tan único, que al fin y a la postre define las temporadas de caza de este animal. Por ello, los primeros compases de la temporada se habrán de distinguir porque se utilizarán para eliminar los individuos jóvenes que han sido expulsados del territorio familiar y deambulan sin rumbo fijo, siendo el origen de la mayoría de los accidentes de tráfico por irrupción del animal en la calzada. En segundo lugar, estos ejemplares jóvenes son los que configuran la base de la pirámide poblacional y hay que ajustar su cantidad según nuestro modelo de gestión. Conforme avanza la temporada se va haciendo más difícil verlos, porque van buscando acomodo donde pueden y llegan a aparentar ser individuos territoriales si no les observa detenidamente, cuando tan sólo están aprovechando zonas periféricas de los territorios de otros ejemplares adultos, que en ese momento ya no defienden con tanto ahínco como al comienzo de la temporada. Este es también el momento adecuado para efectuar el aprovechamiento de los grandes animales que comienzan su declive existencial. Esos animales viejos que ya han cumplido su función y que se puede estimar que lo mejor es que cedan su espacio a un animal con naturaleza pujante. Más adelante en el tiempo podremos incidir en los ejemplares que ocupan la posición intermedia en la pirámide de edades, para que cuando llegue el celo, y si las normas de nuestra región lo permiten, tratar de aprovechar esos ejemplares que siempre hay en los cotos, que estando acantonados en parajes de muy difícil acceso o con un lance de dudosa ejecutoria por sus abultadas trabas, sólo nos brindan una remota posibilidad en este tiempo. Tras el verano y en cuanto llegan las primeras lluvias vuelven a hacerse visibles los corzos, y los ejemplares que hemos comentado antes que por su dilatada experiencia y resabios, o por su bien escogida ubicación, tenemos una gran dificultad en nuestra acción de caza, una vez relajado el comportamiento territorial se dejan ver de cuando en cuando en compañía de otros y ésta es la circunstancia que debemos aprovechar para hacernos con ellos. Hasta ahora hemos visto tan sólo la caza de los machos, que suele ser la más dilatada en toda la normativa habitual, pero queda la de las hembras, actividad que tiene una gran importancia, es tan deportiva, entretenida y dificultosa como la de los machos, y también produce unas canales de carne de excelente calidad, si no mejor, aparte de la función reguladora de las poblaciones, por lo que podemos ver que se suele conceder una muy inferior atención a la que se merece. Las corzas deberían cazarse a partir de mediados de diciembre hasta finales de febrero. La verdad es que encontrar el mejor momento es algo complicado, porque cuando no están preñadas están criando, por lo que la única manera de efectuarlo es buscando el momento en que las crías del año ya se valen por sí mismas en caso de abatir la madre, y el desarrollo de su gestación es mínimo, con lo que el daño que hacemos es también inapreciable.
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