Genética y ética cinegética

El posible nuevo récord nacional de venado ha vuelto a reabrir el debate sobre los animales que estamos cazando y esa hipergestión cinegética que no tiene límites. El pasado 21 de diciembre los análisis genéticos dijeron que el venado abatido por José Recio es ibérico y por tanto este ejemplar se convierte en el nuevo record nacional de la especie.


Esta prueba genética, impuesta por la Junta Nacional de Homologación a los venados que se quieran homologar y superen los 200 puntos, es condición ineludible. Con esto se quiere evitar la entrada de venados con sangre europea que ponga en peligro nuestra subespecie, distinta entre otras cosas porque permaneció aislada del resto de venados europeos durante la última glaciación. Por tanto, despejadas las dudas sobre la genética de este venado, aunque muchos opinen que su cuerna no es la habitual de nuestros venados. Desde luego que no lo es porque ese venado fue traído de vareto, de la finca Lugones, que lleva años seleccionando y vendiendo ejemplares a muchas fincas españolas. Es una finca-granja en la que, desde hace tiempo, se viene haciendo una rigurosa selección de sus ejemplares. Tanto es así que muchos varetos de esta finca presentan una cuerna que ya quisieran para sí veteranos venados de fincas abiertas. Pero qué duda cabe que la posible llegada de este venado al primer lugar de la lista nacional vuelve a reabrir el debate sobre la caza. ¿Es caza abatir un animal que vino de otra finca mejorado por una selección que hizo el hombre? O por concretar: ¿Es lícito que además se convierta en el récord nacional? Se supone que la caza es, o ha sido desde siempre, la captura de un animal salvaje modelado por la naturaleza desde el principio de sus días. Pero las cosas han cambiado y ya hay matices. ¿Qué pasa con un animal que, criado y seleccionado en una granja, al cabo de varios años es abatido en una finca en buena lid? Pues todo dependerá del trato que se le haya dado, porque no es lo mismo un venado que, soltado en una finca de vareto, se haya tenido que buscar la vida, a otro que lo hayan tenido toda su vida en un cercadito comiendo chucherías y desparasitado cada cuatro meses. Y entre estos extremos hay miles de posibilidades. Por esa regla de tres, puede haber venados nacidos en una finca que hayan tenido una crianza mucho más artificial. La caza ha dejado ya de ser, en gran parte del mundo, un fruto que se le roba a la naturaleza. Habría que empezar a hablar ya, porque es una realidad, de ganadería cinegética, en la que los gestores buscan el más difícil todavía, algo que choca el con res nullius que sigue imperando en España. Los avances técnicos, sobre todo en genética y alimentación, están trastocando todo. Lo único que debe permanecer inalterable para que a la caza se le siga llamando así es que los animales sigan conservando instinto salvaje, y la única manera de conseguirlo es que vivan en libertad interactuando con el medio y por supuesto que haya lance cinegético, porque de otra manera poca diferencia habría con lo que hace cualquier matadero; sólo cambia el escenario. El problema está en cómo cuantificar estos matices, algo muy complicado cuando el lance ocurre en cualquier finca de España sin otros testigos que el animal y el cazador. En cualquier caso, la Junta Nacional tendría que ser quizá más severa a la hora de homologar determinados animales, sobre todo por el agravio comparativo que puede existir entre unos animales que nacieron y vivieron en libertad, y otros cuya biografía estuvo siempre muy ligada a los hombres. No sé cómo, pero urge ese debate. Si de lo que se trata es de valorar una cornamenta, las matemáticas no fallan, pero detrás de cualquier cornamenta hay una historia que debería ser tenida en cuenta. Una solución podría estar en la certificación cinegética. Una finca certificada es una garantía de que sus animales han nacido y se han desarrollado en un ecosistema natural. Como en otros muchos recursos renovables, la certificación podría ser una solución para casos como éste.
Comparte este artículo

Publicidad