La defensa de la caza

Posiblemente lo que escriba lo haya escrito otras veces, pero es que es una de mis obsesiones y la clave, creo, para la solución de muchos de los problemas que nos afectan.


Me refiero a la ineludible y necesaria defensa de la caza por parte de todos nosotros, para lo cual sólo hay un camino: unirnos organizadamente de una vez por todas y ayudar económicamente a la causa. Vuelvo de nuevo a estos páramos tras la celebración de la asamblea de la Unión Nacional de Asociaciones de Caza (UNAC) y el anuncio de sus objetivos básicos, con los que estoy básicamente de acuerdo, aunque dudo bastante que se pueda conseguir alguno si seguimos como hasta ahora: desunidos, desmotivados y reacios a poner un euro para financiar la defensa de la caza. Pide la UNAC una licencia y una ley únicas para toda España, empresa complicada porque ninguna autonomía va a querer renunciar a sus competencias legislativas y mucho menos a la pasta que generan las licencias, sobre todo las más potentes. Sí podría buscarse un sistema que simplifique aún más la expedición de todas y cada una de las licencias autonómicas, por ejemplo sellos autonómicos disponibles en cualquier estanco. Pide la UNAC organismos exclusivos para la caza y que lo que generen las licencias revierta en la mejora de los hábitats de las especies cinegéticas. Así debería de ser, pero son dos nuevos trofeos inalcanzables. Al final, la UNAC descubre el mismo defecto que tenemos todos los cazadores y por supuesto las pocas asociaciones que nos representan: deslegitimar a los demás, en este caso a la Oficina y a la Federación. A lo cazadores y a quienes nos representan nos falta humildad y nos sobra prepotencia y afán de protagonismo. Nos falta visión de futuro, darnos cuenta de que tenemos un enemigo común con muchas y poderosas cabezas. Nos falta mano izquierda, capacidad de diálogo y generosidad entre nosotros mismos. Cada cuadrilla no quiere saber nada de la otra e incluso se alegra de sus fracasos. El que caza la perdiz en mano quiere abolir el reclamo y el montero la espera. Quizá forme parte de nuestra esencia como cazadores, como predadores, marcar el territorio y eliminar la competencia, pero también es cierto que quien no se adapta a los tiempos se extingue. El problema no es que existan tres o catorce asociaciones que defiendan la caza, sino que sean incapaces de organizar un frente común para conseguir los objetivos que todos deseamos. Cierto que existen cazadores de todos los talantes y clases sociales, ¿pero no nos afectan a todos por igual la prohibición de una especie cinegética, un asfixiante reglamento de armas, la pésima imagen de la caza ante la opinión pública? Yo no quiero más asociaciones, sino que las que hay se pongan de acuerdo en unos objetivos comunes y nos empujen a todos. Si hay que manifestarse, que haya una sola pancarta con las siglas de todas; que hay que poner diez euros por cabeza para financiar una campaña de imagen o un informe que ponga las cosas en su sitio, que sobre el dinero; que hace falta una ley cinegética básica, pues a firmar todo el mundo. Recuerdo un año en que tres de la mano, en plena cacería, empezaron a echarse la culpa. Que si uno era un listo porque que se mejoraba, que si el otro un torpe porque no sabía llevar la mano, que si el tercero un inútil con la escopeta. De repente, desde la distancia, quien llevaba la mano gritó ¡pájaro! Fue suficiente para que se prepararan, las vieran venir y arrugasen en el aire tres preciosas perdices. Todavía estamos a tiempo, pero seguimos discutiendo y nadie grita ¡pájaro!
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