La caza no es un deporte

La victoria de Rubén Fernández en el último Campeonato de España de Caza Menor con Perro pone fin a la etapa más negra de la historia de esta competición federativa considerada la prueba reina de la Federación Española de Caza. Me alegro por él porque es un magnífico cazador y una excelente persona, respetado y querido.


Sin embargo, soy uno de los muchos que no consideran la caza como un deporte. Ni siquiera suscribo esa frase, «más que un deporte», que se han inventado la Federación y sus directivos en un intento por dignificarla sin renunciar a la palabra mágica, deporte, que le da el amparo del Consejo Superior de Deportes y por tanto una rentable bendición estatal. Para mucha gente, la caza no es más que un deporte, sino muchas otras cosas menos deporte. La caza, como los nombres sublimes, como el amor o la amistad, no tienen sustitutos ni sinónimos. La caza es… la caza, y a los cazadores no nos hacen falta otros adornos semánticos para saber de qué estamos hablando, aunque nos sea imposible definirla. Dicho esto, me alegro que por fin llegue la calma a esta prueba deportiva tan veterana. Y no porque dignifique la caza o le aporte algún aspecto positivo, que no lo hace, sino porque por fin esta carrera contrarreloj ha dejado de ser, por sus múltiples y continuados escándalos, la peor publicidad para la caza, cuando tendría que ser todo lo contrario. De todas formas, no nos engañemos ni seamos hipócritas, qué difícil resulta a veces desligar la caza de la competición más descarnada. Son muchos los cazadores que convierten cada día de caza en una insoportable prueba al estilo de los campeonatos de caza: a ver quién mata más, quién consigue el trofeo más grande, quién tira mejor… La caza se mancilla y se pervierte cuando se convierte en coartada competitiva, en un instrumento para ser más que otro cazador con lo que tiene de cuantificable: el número de piezas abatidas, la cuerna más grande, los cartuchos disparados… Por el contrario la caza se dignifica cuando buscamos sus valores más intangibles y esenciales, los que de verdad la definen: el respeto a la pieza y al compañero, la compenetración con el perro, la contemplación de un paisaje, partir con el campo, participar en el éxito de la cuadrilla… Los campeonatos de caza, por mucho que se maquillen o se dulcifiquen, están pervertidos en su esencia porque al final la gloria es para quien mata más o lo hace en el menor tiempo posible, y la caza es otra cosa muy distinta y en ningún caso una competición deportiva.
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