¿Tiene solución nuestra pésima imagen?

Recientemente fui invitado por la Real Academia Sevillana de Ciencias Veterinarias a dar una charla sobre La caza ordenada y la comunicación, en la que dije lo que otras veces he dicho en esta tribuna: que nuestra imagen, ante una sociedad cada vez más urbana, es pésima y difícil de reconducir. Y lo peor que le puede pasar a una actividad, la que sea, es tener mala imagen y terminar siendo políticamente incorrecta. La caza, desgraciadamente, hace tiempo que se ha convertido en una actividad repudiada.


Son muchas las causas, pero la madre de todas las causas está, a nivel mundial, en el aumento de la sociedad urbana frente a la rural, en continuo descenso. Cuando la gente pierde el contacto cotidiano con el campo, con los animales, con la naturaleza, donde la muerte y la vida formar parte de lo mismo, no sólo se pierde la perspectiva, sino que esa misma naturaleza, en contraposición con el asfalto y el cemento, se sacraliza, se convierte en un santuario. Que unas personas armadas lo profanen matando animales inocentes e indefensos es comparable al asesinato. Y hace tiempo que a los cazadores nos llaman asesinos. Convendrán que con esta imagen tan desprestigiada poco podemos esperar de la sociedad y de sus representantes políticos, deseosos de contentarla a cambio de votos. Tampoco nos puede extrañar que grandes firmas eviten cualquier contacto con la actividad cinegética y que muchos personajes públicos oculten su afición cinegética si quieren mantener inmaculado su currículo. A este sentimiento anticaza global e imparable motivado por una nueva concepción del mundo y de la naturaleza se une nuestra incapacidad para explicar que la caza es otro recurso natural renovable, una de las actividades menos agresivas para los ecosistemas, un poderoso motor económico para las zonas rurales deprimidas y la actividad lúdico-social más antigua y arraigada en nuestros pueblos. ¿Y esto cómo se combate? Con la palabra y con la imagen; con un poderoso gabinete de comunicación que no existe y con una ambiciosa campaña de imagen que nunca se ha hecho. El problema es el de siempre: ¿quién crea, ampara y financia dicho gabinete de comunicación? ¿Y la campaña de imagen? ¿La Federación, la UNAC, la Oficina Nacional de la Caza, Cazadores por la Conservación…? Hasta ahora cada asociación está haciendo lo que puede, pero no es ni mucho menos suficiente. Falta un ambicioso y caro proyecto de comuniación que venda nuestra mejor cara y rebata con rigor y eficacia tantas y tantas agresiones informativas. Hay mucha gente del propio sector que ha perdido su confianza en los cazadores españoles, en ese supuesto millón de personas que se supone quiere seguir cazando. Creen que jamás, por racanería, apoyarán económicamente este ambicioso proyecto que dulcifique nuestra penosa imagen social. Yo sin embargo opino que si todas las asociaciones cinegéticas explicasen con claridad y rigor la necesidad de este proyecto, sus asociados responderían positivamente. El problema, como decía, es quién lo lidera. La Oficina Nacional de la Caza podría haber sido la estructura, pero sus propios promotores no supieron mantenerla y ahora sobrevive por el empeño de cuatro idealistas, uno de ellos Juan Antonio Sarasketa. Por otro lado, algunas asociaciones no quieren competencia. La caza requiere una defensa urgente y eficaz, eso nadie lo duda, pero seguimos discutiendo si son galgos o podencos. Este debate cinófilo está muy bien, pero como nadie mueva ficha pronto será tarde.
Comparte este artículo

Publicidad