Mi buen urogallo

Escribo estas líneas no por mi cercanía o conocimiento sobre esta especie de gallo salvaje, ni tampoco por mis contactos personales con los mismos, ya que tan sólo he tenido la ocasión de toparme con ellos hace unos años durante unas agotadoras jornadas de rececho en los Altos Alpes franceses, en pos de gamuzas y muflones, cuando de paso a paso los íbamos echando de los pies como si fueran codornices de rastrojo castellano.


Lo que me motiva ciertamente es el pasado contacto, este sí intenso y continuado, con nuestras pesadas avutardas, que ya nunca volverán a poner en alerta nuestros sentidos ni harán brincar con contundencia nuestro corazón. La verdad es que viendo lo que acontece a unas y a otros, no hay por menos que establecer ciertos paralelismos. Pero no es este el motivo de mis letras de esta ocasión. La cosa va por otros derroteros.
Resulta que hace un tiempo cayó en mis manos un arduo trabajo confeccionado por mi buen amigo Fernando Benito, del que podríamos decir sin temor alguno que posiblemente sea una de las personas que mejor y más profundo conocimiento tiene de nuestros gallos del bosque, y de la actual situación que lo está poniendo contra las cuerdas. El trabajo comienza por hacer un exhaustivo recorrido por los aconteceres de esta especie durante el último siglo, poniendo detalles y profusión de datos sobre la mesa. Aún siendo una exposición brillante y rigurosa no es eso lo que más me gustó, porque de la historia hay que sacar enseñanzas, y no creo que en este caso esto nos aporte mucho. Lo que más me gustó fue el análisis que realiza sobre la situación actual, y la manera de reconducir la evolución negativa que presenta. En este caso y una vez más se demuestra que todo el dinero que se emplea, todas las medidas y medios puestos a disposición de este animal, no sirven en la práctica para nada por la simple cabezonería de algunos, y la tergiversación interesada de otros. No es un problema de exceso de predación, no es un problema de exceso de fauna de caza mayor, no es un problema de construcción de pistas forestales, el problema es otro y normalmente lo que se hace es confundir los síntomas del problema (exceso de predación, exceso de fauna de caza mayor, construcción de pistas forestales, etc.) con el problema en sí. Lo que ocurre es que el medio que se le brinda al urogallo en la actualidad es cada vez menos adecuado para ellos, siendo cada vez más adecuado para la fauna mayor y para la enorme lista de especies depredadoras que actúan sobre él. Nuestros montes están faltos de presencia humana, y en consecuencia de esos aprovechamientos tradicionales que tan buenos resultados han dado durante generaciones a nuestros urogallos. Su declive se puede marcar claramente al tiempo en el que las poblaciones rurales eran diezmadas por el abandono del campo en busca del desarrollismo industrial. Esto dio lugar a que los montes se hicieran cada vez más maduros y también más monótonos, con menos diversidad específica, con menos variedad de ambientes, ya que las praderías serranas y los matorrales están desapareciendo a marchas forzadas. Con ellos desaparecen las zonas de intersección entre tipos de vegetación, y por lo tanto el ambiente óptimo para el urogallo, siendo al contrario, una evolución inmejorable para dar cobijo a venados, jabalíes, zorros, garduñas, etc. El medio forestal se gestiona en la actualidad para hacerlo acogedor para la caza mayor, de ahí también la profusión de pistas forestales, otro síntoma que se confunde con la propia enfermedad, pero no se gestiona para hacerlo acogedor para la caza menor, y no olvidemos que el urogallo lo es. Otro de los problemas a que se refiere el autor es sin duda la escasa y poco fiable información que tenemos sobre sus estados poblacionales. El método empleado en nuestro país para obtener censos de urogallos se basa en los conteos en los cantaderos. Sin embargo, parece que ésta no es la mejor técnica. El cantadero hay que descubrirlo y eso no siempre es fácil. Por otro lado, se suele recurrir a establecer los conteos en los cantaderos digamos tradicionales, y la opinión que se obtiene es que el gallo ha desaparecido porque el cantadero está desierto. Aquí se vuelve a lo mismo. ¿No puede ser que el cantadero se abandonase porque ya no está en un medio adecuado? Los montes no son seres inamovibles, sino que tienen vida y evolucionan, unas veces para bien y otras para mal, como es el caso. Si ese paraje ha madurado en exceso y el medio no es adecuado, es fácil pensar que sus inquilinos hayan desaparecido moviéndose a otros lugares más afables donde establecer las nuevas atalayas del celo. Una vez más sería interesante ver que hacen otros de alrededor y tratar de aprender algo con cierta humildad. ¿Por qué no se emplean perros adiestrados como se hace en Francia? Este sistema no tiene inconvenientes y se puede llevar a cabo en épocas en que el riesgo para la especie es nulo. Ya es hora que se tengan en cuenta las consideraciones de técnicos que lejos de pertenecer a organizaciones subvencionadas, saben de sobra como actuar. El problema es que lo que mi amigo propone no redunda en ingresos económicos para los de siempre y eso no interesa, ya que la naturaleza, según ellos, hay que meterla en una urna de cristal muy lejos de todo tipo de manejo humano. No vaya a ser que lo propuesto salga bien, y algunos queden en evidencia, y ¡vaya usted a saber; a lo mejor hasta tenemos que volver a permitir su caza! Antes muertos —los urogallos— que perder su modo de vida.
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