Caza a la caza

La que se ha liado tras conocerse el fin de semana montero que disfrutaron juntos —no sé si también revueltos— el ministro Bermejo y el juez Garzón en tierras andaluzas. A mí, por ejemplo, me ha dejado un sabor agridulce.


Dulce porque nunca se ha hablado tanto de caza en este país, y encima mal, mejorando por tanto lo que sentencia el refranero. O por aquello de «ladran, luego cabalgamos». Me alegro también porque por fin algunos se han enterado, con gran estupor, que no sólo cazaban los ministros de Franco o, ya en democracia, los del PP. Pues eso, que se puede ser ministro socialista y gustarte la cacería, o que se puede ser de izquierdas y cazador. Y vamos con lo agrio. Aprovechando el «suceso cinegético», los periodistas más ilustres de este país se han tirado también al monte para hablar sobre la caza. La mayoría, como era de esperar, dada su ignorancia supina sobre el tema y su visceral animadversión hacia lo venatorio, se han perdido por los cerros de Úbeda despotricando contra la caza y los cazadores. Esto demuestra, desgraciadamente, que hace tiempo que los cazadores perdimos la batalla mediática, que seguimos proyectando una imagen pésima, agresiva e irrespetuosa hacia el mundo animal. Para una gran parte de la sociedad, según lo leído y escuchado estos días, la caza es maltrato animal, cuando son cosas distintas. Podría decir que la culpa es nuestra, que no hemos sabido explicar los beneficios que la caza aporta tanto a la naturaleza como a las economías rurales. Pero también podría ser que es literalmente imposible. Poco podemos hacer cuando los ataques llegan incesantes desde todos los frentes, comenzando en la más tierna infancia con películas en las que los animales tienen sentimientos y el cazador, a su antipatía y maldad con los animales, suma unas características físicas desagradables. Es como enfrentarse a un enemigo muy poderoso y artero sin armas ni gente. Siento ser pesimista, ¿o tendría que decir realista? Cada día tengo más claro que el mundo urbano y su modo de entender el campo es incompatible con la caza. Ni ética ni estéticamente puede entrar por el corazón ni por los ojos del urbanita. Siempre intento encontrar soluciones ante los problemas, y en este caso, ante la desigualdad de fuerzas, sólo se me ocurre la guerra de guerrillas, que por cierto inventamos los españoles. La primera iniciativa que se me ocurre y de la que ya he hablado alguna vez, sería una ambiciosa campaña de imagen en prensa, radio y televisión hecha por profesionales y sufragada con nuestro dinero. Se trata simplemente de lanzar cuatro ideas sobre la contribución de la caza a la conservación de la naturaleza y su importancia para la socieconomía rural. Fundamental también esa labor puerta a puerta que tenemos que seguir haciendo los cazadores como discípulos de la causa. Pero para ello tenemos que conocer los argumentos y por supuesto predicar con el ejemplo. Tampoco podemos descuidar estar encima de las consejerías de Medio Ambiente de las distintas autonomías, pues son las que, mediantes leyes, pueden hacernos la vida cinegética más o menos imposible. Magníficas también iniciativas como La caza en las aulas, que se lleva a cabo en Cataluña y Baleares y muy pronto también en Madrid a cargo de la Federación Madrileña. Se trata de ir a las escuelas y explicar a los chavales qué es de verdad la caza. Todo vale para, de alguna manera, contener esta fortísima marea anticaza. Pero todas estas acciones, y otras muchas que se nos ocurran, tienen que estar coordinadas y amparadas por una organización seria y poderosa que aglutine de verdad a todos los cazadores. Es lamentable que después de lo que ha pasado ninguna organización cinegética haya convocado una rueda de prensa para, por lo menos, en nombre de todos, decir que estamos orgullosos de ser cazadores.
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