Algo de tranquilidad para el jabalí

Es grande la alegría que me he llevado al conocer que por fin en Castilla y León ya no se permite tirar al cochino durante la época de recechos de otras especies de caza como el corzo. Creo que el legislador intentó con esta medida, y de forma bienintencionada, solventar los problemas que sus crecientes poblaciones producen en forma de daños a la agricultura y de accidentes en las vías de circulación.


Sin embargo, han bastado unos pocos años para demostrar que ese no era el camino hacia la solución, sino que más bien al contrario, lo que ha ocurrido es que quizás el efecto ha sido diametralmente opuesto, y si tenemos en cuenta que esta medida iba acompañada de otras como liberar las esperas hasta límites insospechados, no es de extrañar el resultado. Cuando se rececha —más aún cuando estamos de espera— y nos aparece un gran jabalí a la vista, la verdad es que en muchas ocasiones el único elemento de juicio que posee el cazador para proceder a disparar es el tamaño del animal, porque hay ocasiones en que vislumbrar su trofeo se hace difícil o incierto. En estas ocasiones es normal que para nuestra frustración quien se lleve el tiro sea una gran hembra. Esta situación en condiciones normales no sería más que una contrariedad, pero en la situación actual no hace más que contribuir a acrecentar los problemas. Las poblaciones de jabalíes en nuestro país son cada día más jóvenes, y la ausencia de nuevos récords de la especie desde hace más de veinte años, no hace más que corroborar el escenario en el que nos encontramos, habida cuenta de que el jabalí no se puede manejar genéticamente o mediante una alimentación artificial para obtener mejores trofeos, ya que lo único que necesita es que le dejemos vivir lo suficiente para crear uno hermoso. Pero esto que parece algo anecdótico o colateral implica que en estas poblaciones rejuvenecidas no exista conocimiento, experiencia y habilidades suficientes, ya que quien atesora esto, que es el individuo adulto, normalmente es abatido. Por ello, estos grupos carentes de pericia y métodos de supervivencia adecuados recurren a los recursos fáciles por un lado, es decir los agrícolas, y vagan sin conocer las rutas naturales que evitan las redes de circulación vial. Y ahí viene que lo que se quería evitar se ve acrecentado por la misma norma que pretendía su disminución. Pero quiero ir un poco más lejos en mis consideraciones. En estas mismas páginas analicé hace tiempo la manera en la que hoy se suelen gestionar los cotos. Es habitual que el titular esté interesado por una o varias de las modalidades posibles en su coto, arrendando a terceros esas otras modalidades carentes de interés para él. Es muy posible que no le interesen los corzos y tampoco el resto de la caza mayor practicada en montería, por lo que arrendará por separado ambas modalidades. Sin embargo, durante la vigencia de esta permisiva norma que facultaba a abatir jabalíes durante los recechos de corzo, el arrendatario de éstos se permitía hacerlo, sin respuesta alguna por parte del titular ni tampoco por parte del arrendatario de las monterías, y esto es algo que me llama la atención, porque en otros casos no se da. El que tiene arrendadas las becadas no se le ocurre tirar a las perdices, pero tampoco se le consiente. Entonces, ¿por qué se le consiente al arrendatario de los corzos tirar a los cochinos si ese no es el objeto de su arrendamiento? ¿Por qué el arrendatario de las monterías no protesta ante el titular? No lo entiendo. Si se arrienda el aprovechamiento de una especie, por más que otras coincidan en su época de caza a nadie se le ocurre actuar sobre las no arrendadas, ¿y por que en este caso sí? Pero esto llega aún más lejos en los problemas que crea. Los precintos de corzo son cada vez más caros, yo diría que irracionalmente caros, y esta medida lo único que ha logrado es ayudar a esta tendencia alcista, ya que por el precio de una hemos obtenido dos especies entre nuestras posibilidades, por lo que sin quererlo los que han aprovechado esta coyuntura, se han estado tirando piedras contra su propio tejado. El titular era consciente de ello y una vez más lo único que ha mirado es el bulto que hacían los billetes que le daban por precinto, sin pensar en nada más y olvidándose de que podía estar incurriendo en una monumental estafa al arrendar las monterías, que al final se estaban llevando a cabo cuando esperistas y corceros le habían sacado el jugo cochinero al coto. Pero lo que es llamativo es que no he oído levantar una sola voz en defensa de sus propios intereses a estos organizadores de monterías, que veían con toda normalidad algo que está fuera de todo derecho y claramente lesionando su actividad.
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