La montería y sus normas

Son buenos los tiempos que corren para nuestra caza mayor, y éstos lo son en razón inversa a la problemática que sufre su hermana menuda. Por ello, la mayor ha venido como un ángel salvador a arrojar algo de luz en el panorama desolador que tienen perdices, liebres, conejos, tórtolas, etc. y sus cazadores, ya que esta bonanza también ha facilitado que una caza antaño reservada a personas de un cierto status social, ahora se vea practicada por todo el que esté interesado, encontrando acomodo entre las filas de sus practicantes todo aquel que lo pretenda, sin verse constreñido por sus posibles económicos.


Sin embargo, esta masificación en su práctica, y véase bien que no digo popularización, nos trae ciertos problemas que habría que atajar de forma inmediata. La montería española, castiza y serrana, es una forma de caza que lleva varios siglos existiendo. Por ello, su práctica, su organización y sus normas, vienen siendo ley no escrita en todos los montes y sierras de nuestro solar patrio desde tiempo inmemorial, y aunque no existiese un documento o compendio escrito sobre estos preceptos consuetudinarios, todo el que envolvía este mundo se consideraba obligado a conocerlos, respetarlos y hacerlos respetar. Con justa previsión de lo que se venía encima, un grupo de emprendedores llevó a cabo la misión de reflejar para público conocimiento este compendio de regulaciones en lo que se llamó El Manifiesto de la Montería. Sin embargo, este documento es poco conocido por los practicantes, organizadores, perreros, etc. con lo que el fin primordialmente perseguido, a mi modo de entender se ha quedado sin llevarse a efecto. No sé cual sería la forma adecuada de hacerlo, pero no me tiembla la pluma cuando digo que tan sólo conoce su contenido un porcentaje ínfimo de las personas que se ven involucradas a diario en este forma de caza, y esa situación no es en absoluto deseable, debiéndose poner remedio cuanto antes. Pero por otro lado creo que el contenido del manifiesto es escaso en algunas materias, poco clarificador en otras y nulo en otras, ya que no se abordan en absoluto. A mí me parece imprescindible que los ahora llamados organizadores, término bastante hortera para los que en realidad deberían ser llamados capitanes de montería, deberían demostrar que conocen éste conjunto de recomendaciones, porque las situaciones que se pueden ver en algunas fincas o cotos son al menos, indeseables o molestas, cuando no peligrosas. Y por ahí deberíamos empezar. Si uno pierde un poco el tiempo en ello se dará cuenta que el montero que tiene al lado no sabe de quien es la propiedad de cada trofeo, no sabe cuando ha de acudir a un agarre ni como ha de hacerlo, no tiene idea de las diferencias que existen entre una rehala que viene por invitación y otra que acude cobrando, y no digamos nada de aspectos tan elementales en la educación como pedirle permiso a la propiedad para obtener un trofeo, porque eso ya es para nota. Alguno dirá ¿cómo voy a pedir permiso si he venido pagando? En fin, hecho de menos que el manifiesto trate en profundidad ciertos temas que se abordan muy superficialmente, y cale en otros tantos que no los toca ni de refilón, y que esto llegue de alguna manera a quien debe, porque hoy día cuando se paga una acción de montería la verdad es que nadie sabe muy bien a qué atenerse, ni qué norma regirá el día de campo con sus posibles incidencias, ya que a lo mejor ni siquiera el famoso orgánico sabe por donde coger el asunto, porque él piensa de una manera y su vecino de otra. No digamos nada de actitudes que afean una montería, como por ejemplo el afán desmedido de algunos perreros por agarrar cuantas más reses posibles, ante el evidente desconocimiento por parte de quien les contrata, de que una recova que cobra no tiene derecho alguno a ningún trofeo, afán que desmejora los resultados y perjudica a los monteros que han pagado. En este caso los monteros estarían sufriendo gratuitamente la ignorancia de quien los ha convocado, pero en definitiva, en estos casos son ellos mismos los que le han de exigir un mayor conocimiento de su labor y en todo caso descartarlos de la lista de organizadores de confianza, tratando de encomendar sus días de ocio a personas con mayor solvencia en este antiguo arte de la caza.
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