Los infiltrados de la caza

De buenistas, buenismos e hipocresías varias

Las altas esferas de la caza, léase federaciones y algunas que otras asociaciones de gestión cinegética o similar, se han convertido en una especie de caramelo para figurantes, vanidosos y reclamadores de subvenciones y poltronas. A ellas acuden como abejas a la miel personajes de toda condición buscando protagonismo y/o medio de vida sin aportar nada, o incluso mejorarse en sus negocios al margen pero vinculados a este mundo de alguna u otra manera.


No es nada nuevo. Se arriman muchos y muchas… hasta los infiltrados, esos que dicen una cosa y hacen otra, los que no se sabe muy bien lo que defienden porque siempre se acercan al sol que más conviene. Además es muy fácil encontrar tontos útiles —los tontos útiles son sólo para un ratito y fácilmente intercambiables— que sirvan de cohorte y aplaudan, una pequeña palmadita en la espalda, unas cuantas palabras lisonjeras y… ¡eco! Ya lamen el suelo por donde pisas. Suelen ser estos personajes los más beligerantes y críticos, de cazadores tienen nada o muy poco, son los del «quiero y no puedo», no se sabe muy bien si son animalistas o padecen una bipolaridad no definida, tanto dicen digo como dicen diego. A saber qué prebendas esperan para colocarse en una posición u otra según sople el viento. Hay dinero y reconocimientos en juego y juzgan a los demás por su propia vara de medir porque ellos y ellas no harían nada gratuitamente. Aquello que dicen defender es solo para engordarse los bolsillos, o intentarlo al menos, encontrar un sentido a su vida y buscarse un carguito que les garantice una posición cómoda porque lo de trabajar altruistamente les queda muy lejos. Se jactan de ser buenos y respetuosos, de ser mejores que otros recurriendo a tácticas descalificativas y miserables a la primera de cambio utilizando los recursos que tienen a mano, que no son otros que los que provienen del poder mediático, que manipulan y censuran a su antojo, proporcionado muchas veces por los propios cazadores con dinero procedente de nuestros bolsillos (revistas y páginas que sólo sirven para su boato y gloria). Viva la fiesta, la competición deportiva y los espectáculos varios parecen decirnos, «de caza… nada de nada». Dicen representarnos, democráticamente elegidos: candidaturas únicas, puestos de asesores a dedo, damas de la caza que hacen simplemente fotos y se hacen pasar por lo que no son, presidentes de asociaciones que no han cazado en su vida y otros figuradores arrimados con derecho a hablar, decidir y sentarse donde no les corresponde. Su mejor defensa… un buen ataque, a la propia caza también, porque importarles les importa un pirulí. Así que su única preocupación es desterrar a quienes de verdad trabajan, acudir a la calumnia cuando no hay argumentos y acomodarse en una posición no sólo demagógica sino también grosera, ultrajante y ofensiva, muy adecuada a los tiempos que nos toca vivir donde la tolerancia y el respeto hacen gala de ausentarse por la puerta de atrás víctimas del miedo a los que más gritan y atacan. Y son precisamente estos buenistas sonrientes —los tics no pueden evitarlos— los que más agraden, los que más jalean, los que dicen o hacen creer que son sin ser, los infiltrados, que necesitan estar porque no son ni siquiera en sus casas, son éstos los que hablan de postureos y revanchas. Basta de postureos, mentirosos y postulantes, aquí cada uno no es mejor que otro, pero hay mucho lobo vestido de oveja y mucha oveja que sabe contentar al lobo. Al final… el cuento puede acabar muy mal. No vaya a ser que nos quedemos sin ovejas, sobrando lobos. ¡Pobre caza!
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