El Telón de Acero

Hace ya muchos años, cuando yo estudiaba, de vez en cuando vendía una camadita de perros para sacarme un extra económico. Vendía los cachorros, salchichas y bracos, y lo hacía dando una garantía genética, sanitaria y cinegética de por vida. Ahí es nada.


No era chulería, tampoco vanidad, era simplemente que en aquellos tiempos se contaban con los dedos de la mano los perros que fallaban. Exceptuando algún perro de menor que se asustaba de los tiros, el mil por cien de los perros que vendía cualquiera daba un resultado, cuanto menos, decente. Echábamos los perros al campo y no hacíamos otra cosa, como dice Jacobo, que cazar. Entre unos cuantos juntábamos una baraja de perros que nos hacían disfrutar. Cuando Casto hizo su madriguera artificial le mirábamos como si fuese un marciano porque a nadie, en su sano juicio, le hacía falta picar a sus perros para cazar. Un día le tocabas con un conejo, otro le ponías en la puerta de una zorrera y otro, como cosa excepcional, lo llevabas a casa de un fulano que tenía un jabalí. Treinta segundos de prueba y dos horas de magro y cerveza. Solamente vi cómo un tal Rocky de Florencio se asustaba de los tiros porque los primeros que oyó fueron dentro de una nave. El mismo Florencio decía que no quería perros que le cobrasen en el llano, que ya iba él; lo que quería eran perros que le cobrasen dentro de las zarzas o que recuperasen una liebre con una pata rota, ¡y vamos que los tenía! Veinte años después me cuenta Gonzalo que compró una perra teckel y que cuando la puso delante de una jabalina que él tenía, la perra se fue hacia él y le mordió en el gemelo derecho. El criador lo achacó al cambio de aires y Gonzalo la probó una vez que la perra ya estaba aclimatada. Cuando la perra vio a la jabalina por segunda vez, la cosa cambió: le mordió el gemelo izquierdo. «Tengo al teckel más agresivo en madriguera, más incluso que los jagds terriers», me contaba otro fulano. Murió pocos días después en una pelea… el pobre perro. Ahora que está cerca el aniversario de la caída del muro de Berlín, pienso en tantos y tantos perros que se han traído de los países del Este solamente porque son más baratos; nosotros también traíamos perros de fuera pero eran los más caros. Si en el año noventa y tres un cachorro de teckel valía en Francia ciento cincuenta mil pesetas, ¿qué se puede esperar de un adulto húngaro que veintiséis años después cuesta novecientos euros? Pues eso, que «cuando el botero vende la bota es porque sabe a pez o está rota». En estos tiempos en los que todos tenemos un mercedes, pero la mayoría sin seguro, deberíamos reflexionar sobre cosas más sencillas, como cazar, disfrutar de nuestros perros e intentar ser normales, aunque parezca tan difícil.
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