Bienaventurados los vikingos

Cada mañana, desde finales del mes de julio, Luis se levanta y estudia el cielo; luego, consulta las previsiones meteorológicas y se hace ilusiones: «Este verano está siendo fresco; agosto tiene que ser lluvioso…; la mayoría de los gabatos están casi perdiendo la librea; este año empezamos antes…».


Comienzan las llamadas nerviosas a la gente de la cuadrilla, hay que adelantar un poco las vacaciones; para el 10 de agosto hay que empezar a ir echando un ojo a las fincas, a los venados, pero, sobre todo, a los posibles escapes: «Todos los años se hacen cosas nuevas en las fincas linderas y alguna noche, en plena carrera, te encuentras con una valla nueva, un camino cortado o un guarda reciente que te corta los aires». Después, hay que intentar ver el son que lleva un guarda que ha venido nuevo a una de las fincas de la zona, no vaya a ser que éste sea un listo y nos encontremos con un problema, hay que encontrarle el ‘cagarrutero’: «Cuando te metes de noche en una finca, hay que saber con lo que te vas a encontrar y, sobre todo, la forma de trabajar del que sabes que va a estar en la misma mancha que tú. Bueno, por lo menos tenemos claro que, desde hace dos años, los jueves por la noche, en la carretera, desde el coche y con el faro, es fijo; y que los viernes al anochecer, por la junta de los ríos y a pie, es más seguro todavía… Cuando vienen los jefes parece que todo se trastoca y la gente anda más desprevenida». Los picaderos de los venados son lo que menos preocupa porque son, casi todos los años, los mismos, pero hay que ir a ver qué animales hay. Lo más fácil es intentar verlos después de que se eche de comer, pero se necesita ir con mucho tiento, no vaya a ser que ‘los contrarios’ piensen lo mismo y puedan enterarse de cómo se quiere hacer este año. Por supuesto, habrá que procurar saber los posibles turnos de la Guardia Civil para ver si les dará tiempo a llegar si se les llama. Pronto llegarán las noches de nervios, de ‘sombras’ detrás de cada encina, de andar con mil ojos, de que crezcan las orejas. Vendrán horas de adrenalina y de inmovilidad porque se crea haber visto una luz, oído voces o moverse algo raro. «Esos son los momentos de más emoción: cuando sabes que te han visto y que puede que estén a cien metros de ti, esperando a que uno de los dos se mueva y delate su presencia», piensa. Afortunadamente, ya casi nadie anda solo de noche y se va en parejas: es más seguro y los resultados son mejores. «Además, cara a cara, de noche, en la sierra, no suelen pasar cosas buenas». Éstas y otras son las diatribas que acompañan a Luis durante el período estival: la emoción de la berrea, el poder de la reproducción que vence al de ‘la razón’ de los venados, año tras año. Esto hace que gente como nuestro protagonista disfrute, lo sienta en su piel y que lo viva como si de ello dependiese su vida, aunque de quien sí depende de ello es su familia, ya que Luis es el encargado de una de emblemática finca de caza mayor. A la llegada de noviembre, tras muchas semanas de agotadoras vigilias, cuando le preguntas cómo se ha dado la berrea, siempre contesta lo mismo: «Como dice mi amigo Isi, ¡bienaventurados los vikingos, que tienen los cuernos postizos!».
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