Ya veremos…

Me da el ardite, como dirían en los tercios, lo que la gente pueda pensar de mí. La de la Nasa, que resulta ser mi santa esposa, y la herencia de mi señor padre, don Ricardo, me impiden decir lo que pienso, pero es imposible que coarten mis actos.


Las miradas de mi esposa y las enseñanzas de don Ricardo coinciden en la educación, que es asunto muy importante en las familias, pero que, ahora, en estos tiempos que corren, no es otra cosa que cortapisa para decir lo que te sale de las entrañas ante tanto lelo que se cree que ha inventado el mundo, por supuesto, de la caza. Por aquello y porque, aparte de la felicidad, se piensa que el dinero da la sabiduría, uno está harto de ver cómo, según el tonto que te toque en liza, «por el mar corre la liebre y por el monte la sardina», que aquí todos somos nietos de guarda y nos hemos hecho a nosotros mismos… y, repito, bien feos, por cierto; o lo que es peor: «como papá mató mil venados yo sé de cuernos más que tú». Y para enjugar tanta estupidez, que a lo largo de un año acaba haciendo mella, todos los fines de temporada me reúno con mi gente y al azar elegimos un cachito mancha, de esos que empiedran muchas de las fincas de menor que conocemos, la alquilamos a esos que nos miran con ojos escépticos porque queremos dar un gancho y, con cinco o seis cabezas, de esas que no saben de caza pero viven de ella, lo pergeñamos, buscamos las demandas y situamos las puertas. Da igual que el apretón de monte sea de seis que de sesenta hectáreas, seis somos en la empresa y cinco puertas se ponen, porque yo entro con los perros, que nunca son más de ocho (se admiten dos comparsas). Dicho esto, empezamos a jugar el lance, a echar la mancha o a cargar la suerte, según los expertos. Este año tocó en liza a José María, natural de Anchuras y recriado entre el Rosalejo y El Cijara; Gregorio, nacido en Fuenlabrada de los Montes, con los dientes echados en El Zumajo y durante quince años guarda de El Alamín; entre ellos, y también con los perros, Gonzalo, cuya vida se desarrolla allí, en Navahermosa, por encimita de La Milagra y a la sombra del Risco de Las Paradas. Allí mismo también nacieron los cuatro teckels que este último aportó al evento (Dorotea, Telesforo, Milagritos y Gregorio). Por mi parte iban de protagonistas los tres tenores: Currito, de mi cosecha, Sancho y Antoñete, los cuales compré como deshecho a uno de estos que hablan, hablan y poco resuelven. Veinticinco minutos de gloria, siete venados chicos, dos varetos, dos cochinas seguidas de once rayones, un corzo y un zorro, que fue el único que pagó el pato. Porque ya que íbamos a demostrarnos que entendemos de campo más que nadie, lo difícil era meter tanto bicho en trece hectáreas y sujetarlos; respetarlos fue fácil ya que lo hacemos a diario. Y es que ya son demasiados aperos en el zurrón.
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