Civilizados

En su momento se preparó una manifestación en Toledo urdida, así lo llamo yo, por unos personajes que pretendían tener un carguito en una asociación, fuese cual fuese. Yo, desde mi carguito de delegado de la Asociación Española de Rehalas en Castilla-La Mancha, intenté reventarla, también lo llamo así, desde los medios de comunicación.


Mi argumento era claro: nadie espera a escuchar motivos ni razones, la gente lee los titulares informativos y saca la opinión que más le conviene. En aquel momento la opinión pública deseaba pensar que los rehaleros no queríamos microchip en nuestros perros para que nadie pudiese ejercer control alguno sobre nosotros y, menos, sobre ellos. Un batallón de críticas se cernió sobre mí. Tal fue el barullo, que coleó hasta septiembre de 2009, en el que decidí regalar la rehala, el furgón y hasta las monterías concertadas a mi buen perrero Jonathan. Cuando dejé de ser su dueño cazaron más días que nunca. Simplemente por intentar que la opinión pública nos viese a los rehaleros con claridad, transparencia y respeto, igual que yo los veo, pienso que cuantos más papeles haya que tener, más legal aparecerá nuestra actividad. Cazamos porque nos gusta y porque la sociedad nos lo permite, no hay nada que ocultar, en nuestras perreras hay deyecciones igual que en las protectoras, pero nosotros protestamos y ellos no, por eso somos los malos del cuento. Volví a mis principios, con los teckels a los zarzales, a los zorros y, tal vez, a algún cochinete que otro. Y un buen día, del zumagal que estábamos dando, salió un venado y, como nadie le disparó, cogió un trotecito que hizo que Currito pensara que, con sus cortas patas, podría alcanzarle. Tras atravesar una gran siembra, el venado saltó una cerca que el perro sorteó por una gatera y ambos desaparecieron en la finca lindera. Esto fue el día 3 de enero del presente año y, tras otros doce larguísimos días, dimos al can por desaparecido. Currito llevaba un collar de tres dedos de ancho con una chapa grabada con mi nombre y mi teléfono, y su correspondiente microchip, obligatorio para perros con L.O.E., desde hace un montón de años. El día 22 de marzo la patrulla del SEPRONA de Daimiel, en una inspección en una rehala de la zona, encontró a mi Currito, removió cielos y tierra hasta que dio conmigo y el día 23, cuando llegué a Daimiel, me acompañaron hasta la protectora de animales donde lo habían depositado. ¿Qué puedo decir yo?: ¡Bendito SEPRONA, bendito microchip, bendito control! Mañana me saltaré un radar y me quitarán puntos como en todo país civilizado. Los controles en perreras y los microchips hay que tenerlos como en todo país civilizado y a los rehaleros ciegos que no ven un collar con una chapa más grande que el mismo perro, pues habrá que echarlos del gremio. Como en todo país civilizado.
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