La Sociedad de Cazadores del pueblo

Los animales silvestres son un bien escaso que ha de ser objeto de conservación, su cuidado y fomento es un deber colectivo porque su mejora genera riqueza ecológica al favorecer el patrimonio natural de un territorio, lo que contribuye además al desarrol


Antes de promulgarse la Ley de Caza del 70, que estableció las condiciones para los acotados actuales en España, el cuidado del campo para fuente de recursos se realizaba por muchos labradores. Las acciones de gestión, para los aprovechamientos agrícolas y forestales, las hacían los habitantes propietarios de las tierras que labraban. La caza, sobre todo de la menor, era un beneficio complementario al que tenía acceso mucha gente, tanto oriunda como foránea, y que se vivía como algo inagotable. Hoy el campo, que está sectorizado en acotados de caza, necesita una gestión que en muchos casos la realiza una sociedad de cazadores. Esta se forma cuando propietarios de tierras de un término municipal que superen el tanto por ciento, establecido por la norma autonómica, de la superficie total, ceden el aprovechamiento venatorio. Lo que permite por la legislación actual constituir un coto, que será municipal o privado, según se haga cargo del aprovechamiento el ayuntamiento o una sociedad de cazadores. Esta última en muchas ocasiones se ampara en la figura de club deportivo, lo que permitirá agilizar trámites. Normalmente se practica la caza a través de estas sociedades deportivas, a las que pertenecen en muchos pueblos los cazadores nacidos en ellos. Todavía no se tiene asumido en muchos sitios que estas conllevan muchos gastos, aún quedan cazadores que viven la caza como algo que no hay porqué financiar, y la solución que a menudo se aplica es arrendar la caza mayor. Sin entrar en la consideración jurídica de estos arriendos, dado que estas sociedades no están capacitadas para vender, ocurre que con la renta obtenida por la cesión todo el mundo queda contento en ese entorno, los socios del coto porque se quedan con la caza menor y pagan una cuota simbólica, el ayuntamiento porque recibe del coto cantidad suficiente para pagar la verbena de la fiesta de agosto, y el arrendatario porque revenderá los permisos de caza. Los cazadores del acotado se dedicarán a la caza menor, generalmente de un modo, sino desmedido, sí poco o nada controlado, lo que hace que allá por el primer puente del mes de diciembre oigamos ese tópico de que «no hay nada», lo que nos suena a epitafio por el daño que se ha causado. Naturalmente si entre los socios hay cazadores actuales que ya han superado la fase atávica de colgar más para que cada temporada no haya menos, la situación cambiará. Porque el cazador, si es actual, ha de intervenir en su coto, ha de ser un activista que defienda la naturaleza y que viva la caza como una actividad alternativa medioambiental y conservacionista. Para esta intervención es imprescindible la participación del presidente del coto, ya que este es el máximo representante del territorio en lo que a la gestión de fauna silvestre se refiere. Normalmente debería ser una persona capacitada y formada ad hoc, activa e interesada en la explotación cinegética y su porvenir. Si esto excepcionalmente no fuese así, no hay que dudar en presentar una candidatura alternativa que vele por el ideario actual de la caza. El ejercicio de este deporte, que necesita grandes espacios naturales, sale beneficiado cuanto mayor es el terreno donde se practica. La frontera que marca la tablilla del coto del pueblo de al lado siempre es una frustración, la unión de cotos es más que recomendable ya que será mejor su gestión en todos los aspectos. Hay que derribar las tablillas y unirse, porque los de al lado también somos nosotros. Y cuanto mayor sea el coto de caza, mejor será su gestión, la unión de cotos puede ser más que recomendable. Véase en la revista Captiva el articulo Fusión vs confusión.
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