La caza, más que una pura diversión

Hace unos días vino a verme a la finca Justo Pérez, un veterano cazador de un pueblo cercano, Zalamea La Real. Me lo presentaron un día en Calañas y me pareció un cazador fuera de esta época, o de cualquiera, porque es raro ver a una persona con tanta afición a la caza.


Para colmo hace unos meses me llegó un libro —Vivencias de un viejo cazador— que había escrito en el que cuenta su trayectoria cinegética, impresionante. Y no lo digo porque haya conseguido grandes trofeos o especies raras, no, porque es sobre todo un cazador de menor y apenas ha salido de la provincia, lo digo porque echarse al monte con una escopeta detrás de la caza menor ha sido y es su vida, siente y habla de la caza como su principal ocupación y con una emoción contagiosa, a pesar de su edad —pues nació en 1936— y sus muchos achaques. De haber vivido en la época de las cavernas hubiera sido el maestro de maestros y a su familia nunca le habría faltado la carne. Viéndole y hablando con él se entiende que la caza es mucho más que una pose, una moda o una mera diversión, es, en su caso y en el de otras muchas personas, una forma de vida, una cuestión genética… O una adicción malsana, como dirían algunos sicólogos y no pocos anticazas, como el juego o las drogas. No lo sé, pero la afición de este hombre por patear el campo hasta la extenuación, de aguantar madrugones, fríos y mojaduras sin necesidad para simplemente pegar cuatro tiros no se entiende si lo más profundo de su ser no le obligara a ello. Conociendo a personas como éstas te vuelve la esperanza como cazador porque sabes que con gente así ni la caza ni las especies cinegéticas están en peligro. Ya me gustaría a mí verlo discutir con un anticaza, con alguien que le dijera que ya no puede seguir cazando, que la sociedad ha decidido prohibir la caza. Me imagino que, aunque es muy razonable y pacífico, lo mandaría a freír espárragos, y le diría que lo busquen en el campo, cazando por supuesto, porque es lo que le hace más feliz y ser cazador es una condición muy humana que no debería avergonzarnos. Hemos sido cazadores durante miles de años y eso tiene que dejar rastro genético. Y ahora que se acerca el verano, si en la playa hay espigones y cangrejos verán cómo la chiquillería disfruta capturando estos crustáceos, aunque el éxito sea escaso. Lo mismo pienso cuando miro el fuego. Esa hipnosis que nos produce mirarlo debe ser fruto de lo mucho que lo hemos mirado también durante miles de años y el mucho bien que nos ha hecho. Y estoy seguro que si los anticazas más fanáticos tuvieran que volver a la naturaleza como sus antepasados, alguno se convertía en un excelente cazador. —Claro —dirán algunos—, porque lo necesita para comer. Desde luego, pero eso no significa que no disfrute cazando. ¿O es que las últimas tribus cazadoras que existen cazan amargadas? Pues yo en los documentales creo que cuando cazan son más felices que el resto de los miembros de la tribu, incluso me recuerdan, salvando las distancias, a la cuadrilla. Justo no para de hablar de caza y hasta me recita de memoria un soneto de su cosecha. Y es que la caza, como el amor, es capaz de remover el corazón de los hombres. ¿Por qué la gente piensa dislocada que cazar es oficio de villanos cuando Dios hizo al hombre con sus manos cazador por el bien de su camada? La caza por el hombre practicada No es un espectáculo tirano Ni tampoco seremos los humanos Los que queramos verla agotada. Cazar es aplicar cinco sentidos Cazar es más: perder hasta el aliento Tener que rematar rápidamente. Pasarse porque fui desprevenido. No comer a pesar de estar hambriento. Y sufrir a su esposa finalmente.
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