La incultura de la muerte

Un excelente periodista y profesor universitario me dice con toda seguridad que la fiesta de los toros tiene los años contados en España. Y basa su análisis en un dato demoledor: «Los universitarios demonizan los toros». Asegura que se cuentan con los dedos de una mano los que defienden la fiesta en las aulas, frente a los que condenan el maltrato animal.


Los toros siempre tendrán partidarios, gente que abarrote las plazas. Pero éstas se las cerrarán en cuanto la tendencia popular sea un clamor en contra. Y, según el análisis de mi colega, no está lejano el día en que esto suceda, para desgracia del toro de lidia, porque no creo que entonces los pijoecologistas los sigan criando de manera altruista, para que no se extinga la especie. Sin embargo, en España no ha existido una corriente antitaurina que haya ido reclutando partidarios hasta llegar hasta aquí. No. No existe un movimiento de referencia contrario a la fiesta de los toros que aglutine a los detractores de la lidia. Los grupos organizados que de vez en cuando se manifiestan en las puertas de las plazas están compuestos por muy pocas personas. ¿Por qué entonces esa mentalidad en los jóvenes? El rechazo a los toros tiene su origen en la educación, que en los tiempos que corren no es sólo la escuela. Los jóvenes de hoy no hallan diferencia alguna entre lidiar un toro, cazar perdices o apalizar a un perro. Todo les parece lo mismo, igual de condenable y por eso creen que todo eso habría que prohibirlo. La caza tiene muchas ventajas con respecto a los toros en su lucha por la supervivencia. Una de ellas es que en nuestro deporte el aficionado no es un mero espectador sino un practicante, por lo que quizá los defensores somos más apasionados. Y que la muerte del animal en la caza no se concibe aún como un espectáculo cruel y gratuito, como erróneamente piensan los antitaurinos sobre la lidia. La causa principal de ese alejamiento de los jóvenes de hoy día con respecto a la fiesta de los toros es un cambio sociológico en la concepción de la muerte. Hoy día existe, podríamos llamarla así, una incultura de la muerte. Es muy difícil cambiar eso si no es poniendo en contacto a los niños, desde pequeños, con esa cultura. Y después, cuando son un poquito más adultos, regalándoles un libro de Ortega entre los DVD de Disney. Los cazadores tenemos que procurar eso mismo, poner en contacto a los jóvenes con la cultura del campo, que la caza les parezca tan natural como la muerte. De lo contrario, los ecologistas del futuro se encontrarán, sin haber hecho nada, con un ejército de activistas dispuestos a enrolarse con ellos en la cruzada absurda e inculta, pero muy progre, eso sí, de prohibirlo todo. Las conciencias cambiarán, se volverán en nuestra contra de manera inevitable y se extinguirán las terneras de Ávila y los jamones de Jabugo, con tal de que los animales, los pobrecitos, no pasen por el trance del matadero.
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