Si hay muchos, ¿peor...?

Recuerdo, ayer hizo un año, que se dice, como unos funambulistas televisivos se ‘desmelenaban’ (el adjetivo es otro) de la risa cuando, desde una publicación hermana, en la que antes trabajábamos, titulamos un artículo sobre conejos con: Si hay pocos malo, si hay muchos peor. Reir por no llorar… Pues no ha hecho falta esperar mucho para comprobar que aquel titular (de mi compañero, amigo y director Adolfo Sanz) tenía más razón que un santo.


De los problemas que giran en torno a tan preciado lagomorfo –sobre todo por los cazadores de ‘a pie’–, ya hablamos en el reportaje que pueden ustedes leer en las páginas de Caza y Safaris; pero si insistimos, no es sino por su trascendental importancia en multitud de aspectos, no solo cinegéticos, que también. El pequeño caramono es básico en la cadena trófica. De su salud dependen un buen puñado de especies con problemas de supervivencia, entre ellas el dichoso lince, de ahí que una buena gestión, ahora que en bastantes zonas campan por sus respetos y amenazan con convertirse en plaga, sea imprescindible y absolutamente necesaria. El utilizar el descaste como arma de gestión para conseguir un equilibrio en las poblaciones, sobre todo para que, a la hora de la verdad, los paganini de las consecuencias no seamos siempre los mismos, conlleva un compromiso de las administraciones para que esta práctica sea lo que siempre ha sido, una forma, en otros tiempos, de evitar la programación de las más que famosas y temida enfermedades (la mixo y la vírica), y un sistema, en la actualidad, para controlar sus desmadres poblacionales, evitando, en la medida de lo posible, aumentar esos daños millonarios que exigen los agricultores y contribuyendo, de una forma u otra, siempre científica, al desarrollo de esas especies con problemas para sobrevivir. Las cosas bien hechas bien parecen. Si continúan, y aumentan, los problemas, al final lo único que vamos a conseguir, entre todos, es que acabe en desastre. En algunas zonas, ya están avisando, y afirmando, que al año que viene se dejan sin cazar. ¿Alguien ha pensado la calamidad que se nos puede venir encima? Razones no faltan, a unos y a otros. El agricultor, en buena lógica, pretende resarcirse de los daños que le producen en sus cosechas (aunque algunos listos pretendan hacer el agosto a cuenta de los cotos). Pero el cazador, con más lógica aún, está un poco, más bien un mucho, hasta el moño de tener que soportar las millonarias indemnizaciones que el campo reclama. Muchos, y hablamos con pleno conocimiento directo, ya no es que no quieran, es que sus mermadas economías ya no pueden soportarlas. ¿Quién tendría que dar la cara si la mayoría decide sumarse a la iniciativa de no cazar? ¿Quién tendría que aflojar la guita para solucionar el problema de los daños? Sin duda alguna la Administración (como hace con otras especies no cinegéticas, como, por ejemplo, la grulla). Y, ¿no sería mucho mejor, antes de que todo alcance magnitudes de desastre, llegar a un consenso, evitar cargar los daños siempre a los mismos y alentar y desarrollar una buena temporada de gestión en el descaste? Al fin y al cabo, los que pagamos ahora, estamos evitando que pague la administración. ¿O no? EDITORIAL DE LA REVISTA CAZA Y SAFARIS DEL MES DE JULIO.
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