Estado de alarma

Va ‘entrá’ en aguas la temporada y en el tiempo de un suspiro ya estamos otra vez dando aceite a los cañones y colgando gorras y sombreros en las perchas o en las escarpias. Como cada año por estas fechas, en las que los buenos deseos afloran, porque son gratis, dicho sea de paso, cada uno va contando la feria según le gire la noria, o, mejor dicho, según los resultados de sus perchas o las puntas de sus cuernas y el grosor de sus ‘navajas’.


Tiempos tristes y convulsos éstos en los que, por desgracia, hay que sacar el cuchillo de remate para poner en su sitio a unos cuantos guarros que se creen los monarcas de los cielos y se permiten, con la que está cayendo, poner en jaque a Dios y al diablo. ¡Ay que joderse! En su pecado llevan la penitencia… Pero el daño ya está hecho y ya veremos, que dijo el ciego, hasta donde llega el hilo de la cometa. ¡Qué nos pille confesaos ! Tiempos tristes, digo, y convulsos, éstos que se ciernen también sobre los que vamos a peón. Las luces de alarma parpadean tanto en el panel de control, que bien pudieran ser los farolillos chinos que alumbran una verbena. Pero no lo son. Son, cada día más y más, avisos de navegante que tratan de ponernos en alerta sobre la que se nos viene encima, que ya está aquí, en muchos casos, sin que, al parecer, nadie se dé por aludido. Lo primero y principal, y parece que no hay vuelta de hoja, es que las cosas de la caza chica están dejadas de la mano del Altísimo. Insisto en que cada uno verá el agua del vaso según se le vaya dando la mañana del sábado o del domingo, pero en los territorios que me conciernen, muchos de las mis tierras manchegas, la perdiz brilla por su ausencia año sí y año también. Y éste no iba a ser una excepción. Por terruños en los que antaño —tampoco es que haya que echar mucho la vista a la espalda— daba gloria verlas, ahora, y ya no podemos culpar a las inclemencias climatológicas, que este año han sido inmejorables, no es que den ganas de llorar, es que, domingo sí y domingo también, de los tres o cuatro que se abre, los lagrimones son de cocodrilo. Y tampoco, como tantas veces ha ocurrido, se le puede cargar el peso a las costillas del cacero, que tanto avarició en otras ocasiones, porque, como ya he adelantado, apenas se abren dos pares de domingos y se cierra cagando leches en previsión de males mayores… y que el año que viene sea lo que Dios quiera. Que tampoco. Esto, a la vista está, no es un led de esos que se enciende y suena para, por ejemplo, que te abroches el cinturón, no. Esto es un faro —más grande y más alto que el famoso histórico de Alejandría— encima de un cerro. Y todo el mundo que pasa lo ve de lejos, recibe el aviso, comenta, elucubra, como yo, vacila… y pasa de largo para no chocarse con él de frente y descalabrarse el colodrillo. Por doquier surgen tratados, tesis, instrucciones, ensayos, monografías, análisis, investigaciones… que cacarean males y remedios a troche y moche para, al final y como siempre, llegar al año siguiente y encontrarnos con las mismas papeletas para la rifa; porque no me negarán que esto se parece cada vez más a las tómbolas de la feria, esas en las que, el que más papelas compra, al final siempre se lleva a la muñeca Chochona. Lo cierto y verdad es que esto empieza a cansar y el desánimo del personal cunde y causa estragos. A las últimas noticias me remito. Muchos cotos de mi Castilla-La Mancha —lo dice la Federación, que estas cosas son muy serias como para inventárselas— van a tirar la toalla. Si al panorama de este año, tras haber soltado la guita por activa y por pasiva, le sumamos, ahora, completamente indefensos, los que se presentan con la faca del Curro Jiménez —léase, por ejemplo, Agroseguros— a sanear los fondos, ya con telarañas, de nuestras faltriqueras… pues eso, que el último en salir del país que apague las luces del aeropuerto (si es que quedan controladores). ¿Por qué, entre otras cosas, tenemos que pagar unos daños que alguien peritó misteriosamente y por su cuenta, a traición? ¿Por qué, entre otras muchas cosas, tenemos que pagar unos daños a los que nadie pone, o no quiere poner, remedio? ¿Por qué, entre otras muchas más cosas, tenemos que pagar unos daños de una especie que no nos dejan controlar, que se niegan a declarar plaga, donde lo sea que lo es, que solicitamos permisos para cazar con los ‘bichos’ y nos los niegan sistemáticamente? ¿Quién paga daños de grullas y avutardas? Pues ése, el mismo que no nos deja controlar al conejo, que afloje, ahora, ‘la mosca’ y satisfaga las ansias, hasta judiciales, que le han entrado de repente a los de los del trabuco y la faca. Si nos negásemos todos a una, como los de la Fuenteovejuna, otro gallo nos cantaría. Pura utopía. No ha muchos días que andábamos en una jornada convocada por Aproca España por las perdiceras tierras ciudarealeñas. ¿Se quieren creer que en varias, bastantes, muchas veces, se habló de un futuro amenazado, más que dudoso y totalmente incierto, de la caza menuda? Vistos los resultados de lo que va de temporada en muchos cotos, de aquí a un escaso lustro no nos comemos el turrón. Nos contaba, por ejemplo, nuestro querido amigo Luis Fernando Villanueva, presidente de Aproca España, que, a pesar de que hace más de dos años que el MARM homologó oficialmente los famosos lazos para el control de predadores, como el Collarum —que, dicho sea de paso, dicen los expertos (los que se pasan el día en el campo, no los otros) que además de carísimo no sirve ni para tomar por donde amargan los pepinos—, el alar o las cajas trampa, resulta que en muchas comunidades, como en Castilla-La Mancha, dicen los consejeros de turno que no se pueden emplear (¡alucinen!), ¡hasta ver qué deciden los ecologistas! Los de ‘en acción’, la Seo o Adena, entre otros, que son los que mandan en todo ese cotarro, han decidido, per se, que ellos van a realizar otra homologación, subvencionada, por supuesto… Y, mientras los consejeros se andan con el bolo colgando (me apetece más decir con el moco colgando), las alimañas dando buena cuenta de las patirrojas. ¡Eso sí que está acabando, a pasos agigantados, con la perdiz y amenazando el futuro de la menor! Nosotros, mientras tanto, en actitud contemplativa del bolo, o del moco, de los consejeros. Se nos llena la boca de baba esparciendo a los cuatro vientos que somos tantos o cuantos, que generamos cientos o miles o cien miles… ¿Pero es que aquí no hay nadie que de una puñetera vez dé un puñetazo encima de la mesa y plante los cojones encima? Esto, así lo pienso y así lo digo, es como la casa de tócame Roque, el que la pilla es p’a él y el que venga atrás que arreé… Pero hay una cosa que tengo muy clara, esto sólo se arregla de una forma sencilla: todos a una… ¡y ahora, que cacen ellos!Lo demás… estado de alarma, permanente, y agua de borrajas. Mis mejores deseos para todos, incluso para ellos, en estas fiestas cercanas. Del año nuevo ni hablamos…
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