¡Está pasando…!

«La España de charanga y pandereta, cerrado y sacristía, devota de Frascuelo y de María, de espíritu burlón y de alma quieta, ha de tener su mármol y su día, su infalible mañana y su poeta».


¡Pues no! Sin que sirva de precedente y a fuer de recibir las consabidas críticas de los egregios intelectos de este nuestro suelo patrio, me voy a permitir el lujo de llevar la contraria al maestro de maestros poetas, don Antonio Machado. Lo siento, en el alma, Maestro. Lo siento porque esa España que usted anhelara inhumar de una vez por todas entre funerarios carraras, está vivita y coleando. Es más, Maestro, en aras de la mal llamada cultura del pelotazo —mezclar en esto a la cultura es poco menos que un oprobio—, en aras del máximo beneficio con el mínimo esfuerzo a costa del sufrido honor del prójimo, en aras del todo vale mientras yo incremente mi cuenta corriente… su España, la de charanga y pandereta, ha pasado a ser la España verdulera, chafardera y chismorrosa, falsotestimoniera e inquisitorial en la que a poco que se rasque sale, a barullo, la caspa y la mugre. Lo siento Maestro, a mí, y otros muchos, también nos duele… como a usted si levantara la cabeza. Días atrás, finales de la media veda más o menos, unos cuantos ilustres del arte de la trola, artistas del funámbulo, sagaces genios de la tergiversada averiguación —que recaban con las más infames tretas y ardides plagiados de la camorra—, se permitieron, en un flatulento magacín, poner en solfa, entre kikirikíes de palurdo gallinero, la afición venatoria de nada más y nada menos que S.A.R. la princesa de Asturias, doña Letizia Ortiz, a la que, en un inusitado alarde de prepotencia y mala educación sin límites ¡osan tutear! Ver para creer. El saltimbanqui mayor, charanguero y panderetero donde los haya, argüía, entre otras muchas falacias, que la Princesa no puede y no debe practicar su afición cinegética, si es que la tiene, porque unos trescientos cincuenta mil afiliados (¿a qué?) ecologistas, se iban a sentir muy ofendidos. ¡Pasmao, Maestro, me quedé! Si la colección de tontolinabas volatineros que se supone le informan, supieran, cosa que dudo, simplemente, además de preguntar contar (de uno en uno), sabrían que cazadores somos algunos cuantos más y, en consecuencia, ante semejante tontuna de premisa, doña Letizia tendría la obligación de cazar. ¿Hasta qué extremos somos capaces de estirar la estupidez? Es más, el prócer insigne se vanagloria habitualmente de conocer la historia de nuestra Monarquía. Reyes godos, cristianos y musulmanes, que los hubo, Garcías condes primero, reyes y reinas después, de Castilla, de Aragón, de Navarra, ilustres y menos agraciados antecesores de las dinastías que han reinado en nuestra patria, Trastámaras, Austrias o Habsburgo que es lo mismo, Borbones e, incluso, Saboyas, que también hubo alguno, príncipes y princesas, de Asturias y otros, infantes e infantas reales, condes, marqueses y otros nobiliarios títulos, y algunos más que, seguro, se me escapan… Todos, absolutamente todos, salvo honrosas excepciones, insisto… ¡Todos han sido cazadores! Y algunos muy buenos. ¡Bendita Princesa, futura Reina, si sigue la costumbre y tradición de sus, nuestros, ancestros! Y si no, también. ¿Por qué y hasta cuándo tiene alguien que avergonzarse de ser cazador? Cuentan, y me creo, que el llamado «mejor alcalde de Madrid», el rey Carlos, el tercero de los Borbones, cazaba, decía él, para eludir la locura. Imitarle debían algunos… para evitar la tontuna. Así están, Maestro, las cosas de la charanga. Los inquisitoriales carroñeros, que no buitres que merecen nuestro respeto, campan a sus anchas despellejando vísceras como aquellos que en sus hermosos versos, usted, en otro tiempo, deseara para siempre enterrar. No hemos aprendido nada… Y duele, Maestro, en el alma, duele.
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