Resurgen los machos

La convergencia parece llegar, por fin, a nuestras poblaciones ibéricas de corzo después de varios meses con notables diferencias en lo referido a sus actividades y a sus momentos biológicos.


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A lo largo de la serie sobre el corzo ibérico hemos podido observar cómo los diferentes entornos en los que se desarrollan las poblaciones del sur y del norte, ambientes moldeados por las desigualdades en el clima, da lugar a comportamientos bien dispares. Abril es ya un mes donde las posturas enfrentadas, hasta este momento, parecen querer volver de nuevo a ser una, donde las poblaciones parecen querer establecer una única línea de actividades frente a un único modelo de expresión de la naturaleza: la primavera.

¿De qué diferencias hablamos?

Abril es el mes donde ambas poblaciones parecen querer establecer una única línea de actividades frente a la primavera

En el norte, la principal preocupación era comer en grupos hacinados en el fondo de los valles y evitar la predación, mientras que en el sur los corzos estaban inmersos en procesos territoriales y de expulsión de individuos: se hace evidente la enorme diferencia existente en la dinámica social entre ambas latitudes. Por otra parte, existían divergencias en ciclos como el desarrollo de la cuerna o la diapausa embrionaria de hembras, entre otras.

Sin embargo, y a pesar del momento dulce que representa la bonanza primaveral en ambas poblaciones, tampoco podemos pensar en una estricta unidad de acción en las poblaciones de corzo que hemos idealizado como de norte y sur. Debemos considerar que venimos de sufrir los rigores invernales de una manera muy diferente, mucho más dura en el norte —tanto que obliga a movimientos de los individuos—, mientras que en el sur permanecen en sus áreas de campeo habituales.


© Eduardo Ruiz Baltanás.

Por otra parte, ahora nos dirigimos a un verano suave y generoso en el norte, mientras que para el sur representa momentos de carencias alimenticias, incluso de agua, y el ataque indiscriminado de parásitos. ¿Es posible pensar en un período primaveral, análogo en las diferentes poblaciones, que derive en una conducta similar? Esta duda, y visto de dónde venimos y a dónde nos dirigimos, resulta, como poco, razonable. Y, efectivamente, aunque existan acercamientos en la conducta y en los ciclos de las dos poblaciones, también podemos encontrar diferencias importantes que a continuación reseñaremos.

Retomar los pelaos en machos

El retorno vertical en los machos del norte peninsular es un hecho. Desde los cuarteles de invierno en los fondos de los valles, donde las agrupaciones estaban permitidas, se ha vuelto a los cuarteles de estío, una vez se van viendo libres de las nieves y los prados emergen entre las frondes de robles y hayas. Es fácil pensar en una dinámica poblacional en la que los machos ya no admiten fácilmente la presencia de otros machos, ni aun de jóvenes. Los movimientos deben darse en torno a los antiguos y conocidos territorios estivales, donde la rivalidad entre individuos del mismo sexo se manifiesta con peleas y persecuciones, un comportamiento residual en sus congéneres del sur.


El corcino, durante sus primeros días de vida, permanece escondido, siendo vigilado de cerca por su madre, que nunca se alejará mucho. © José D. Gómez.

En las poblaciones más asentadas en el centro y sur peninsular las cosas suceden de otra manera. El territorio de cada macho es arrastrado en propiedad desde la temporada pasada, y ya han sido remarcados y alejados los posibles rivales que pudieran haber surgido; en todo caso, los escasos movimientos en este sentido, llevan camino de su conclusión definitiva. Recordemos que primero hubo interacciones entre machos adultos para dejar claro cuál era la propiedad de cada uno, por lo que las escasas luchas que se suceden entre individuos se dieron ya en los meses de diciembre y enero. Posteriormente fueron expulsados los jóvenes nacidos en el año anterior, una vez que las madres buscan lugares donde parir en soledad y estas crías son rechazadas del seno familiar.

éste es el momento en el que dejamos al macho meridional en el mes anterior… y en el que algunos siguen. Conforme las madres van alejando de su lado a sus crías nacidas en la primavera anterior, éstas vagarán por un territorio conocido por ellas, hasta que se crucen con el macho territorial. En ese momento comienza para el joven macho un calvario de persecuciones incansables, donde el propietario no parará hasta que este joven sea definitivamente expulsado a otro territorio, y donde de nuevo este macho errante podrá revivir la pesadilla anterior. La actitud de muchos de estos machos nuevos será la de establecerse en un rincón de escasas decenas de metros cuadrados y permanecer ahí dando el menor rumor posible, evitando ser detectados. Con el tiempo deambularán entre límites territoriales de territorios contiguos, por tierra de nadie, hasta que sean capaces de adquirir un solar en el que asentar su autoridad, quizá a los tres años.


En abril las corzas son las únicas que vagan por las áreas de campeo de los machos, por lo que los marcajes de éstos están destinados a mantenerlas en sus territorios. © Guy Fleury.

El macho adulto, por tanto, tiene finalizada, o casi, la tarea de asentar la propiedad de su territorio y darla a conocer por todas las inmediaciones. Ya para ello, también le ayudó el marcaje de sus fronteras y de las inmediaciones en las diferentes veredas que cruzan su territorio. Pero el corzo sigue marcando, casi como requisito obligatorio por ser un animal solitario que vive en un bosque y donde no debe ser localizado por los predadores. Estas circunstancias fomentan la necesidad de comunicarse dejando mensajes para los individuos de su misma especie, pero que impidan su localización por parte de, por ejemplo, el hermano lobo.

¿Para qué marcar?

Ya hemos visto, sin embargo, que los machos, salvo en el que recae la propiedad, están ausentes de cada territorio. ¿Para qué marcar, entonces?, ¿qué sentido tendrían las marcas si no hay rivales que las reciban? Ahora son las hembras las únicas que vagan por su área de campeo y, efectivamente, es con ellas con las que el macho estará interesado en comunicarse a partir de este momento.


Tras ser abandonados por sus madres, los machos jóvenes inician la búsqueda de un territorio propio, algo que, normalmente, no lograrán hasta los tres años. © Guy Fleury.

Sin embargo, y a diferencia de lo que hemos visto en capítulos anteriores, se establecerá un tipo de marcaje muy especial. Recordemos que el macho marcaba principalmente la frontera territorial y las veredas de paso para dejar constancia de su presencia, sus características físicas y, sobre todo, de su autoridad. Ahora el macho descuidará en parte este tipo de marcaje y se centrará sobre una zona concreta ubicada en el interior del territorio.

Este lugar tendrá un diseño circular, estará ubicado sobre una vaguada y no será muy extenso; en él, las marcas más utilizadas serán aquéllas con la capacidad de degradar la vegetación arbustiva y crear un espacio libre de vegetación subarbórea. Será una posición donde la visibilidad será el principal objetivo y se diferenciará sobremanera del resto del entorno que le rodea, es decir, del resto del bosque circundante.

Los pelaos

Los pelaos son una excepcionalidad única en el corzo peninsular y no ha sido descrito en ningún otro lugar del área de distribución de la especie

Estas áreas han sido denominadas pelaos y constituyen en sí mismas una gran marca, un enorme cartel publicitario dirigido a las hembras y que viene a ofrecer referencia de las óptimas cualidades de su autor: «Mira qué buen “pelao” he hecho, qué limpio y qué aseado; admira lo fuerte que soy al poseer este territorio y este bonito “pelao”». En definitiva, el macho está mandando un último mensaje a la hembra: «Soy un macho fuerte y he sobrevivido en este bosque, por lo que seré un buen padre para tus crías».

ésta puede ser una de las razones por las que los territorios se mantengan a lo largo de cada año. Un pelao es costoso de hacer y puede ser muy útil a la hora de encontrar pareja; dejar los territorios e intentar recuperarlos al año siguiente, implica la posibilidad de perder definitivamente un buen pelao.

Esta excepcionalidad única en el corzo peninsular, concretamente de las poblaciones extremeñas, no ha sido descrita en ningún otro lugar del área de distribución de la especie, por lo que le confiere un valor que se une a muchas de las peculiaridades del que hemos dado en llamar el corzo ibérico.

Las primeras crías

Pero no están las hembras para pelaos, además de que éstos aún no están adecentados para su visita. Las hembras reanudaron su actividad gestante hace meses y la tarea de la que salen ahora ha consistido precisamente en apartar a las crías del año anterior de su lado, tanto a las crías machos como a las hembras. Las corzas buscarán en estos momentos un espacio tranquilo donde poder llevar a cabo su inminente alumbramiento. Son las hembras extremeñas las más tempranas a la hora de establecer el momento del parto: si está establecido el mes de mayo como la paridera en el resto de la población peninsular y europea, es en abril cuando las primeras hembras paren en los bosques extremeños, siendo las más adelantadas de su especie.


No es abril un buen mes para la caza del corzo, pues hay que dejar tranquilas a las hembras para que alumbren, y además, los machos parece que mantienen a ralla a ciertos predadores, e incluso intervienen en el cuidado familiar. © Guy Fleury.

Pero no por ello se apartan del mes preferido por la especie para dar a luz; mientras que en otras poblaciones existe un rango aproximado de un mes para parir y éste se encuentra ubicado en mayo, las corzas extremeñas utilizan no sólo este período, sino además el mes de abril, como hemos comentado anteriormente. Es por ello que también podemos establecer el margen de tiempo más amplio dentro de su especie.

El mes de abril alumbra, por tanto, las primeras crías, corcinos que durante sus primeros días, permanecerán escondidos y únicamente saldrán de su escondite cuando se acerque su madre para limpiarlos y amamantarlos.

La madre nunca estará muy alejada del lugar en donde la cría permanece oculta. Hablamos de áreas cercanas a la hectárea donde se lleva a cabo el alumbramiento y los posteriores días hasta que la cría es capaz de seguir a la madre. Ahí ésta vigilará las evoluciones de la cría y no tendrá reparos a la hora de enfrentarse a predadores de la talla del zorro.

Llegados a este punto y si quisiéramos establecer un comienzo de ciclo, un arranque del año en esta especie, éste sería el momento. El período de nacimientos marca el arranque de aquellas vidas que serán el reclutamiento de la especie, la nueva simiente o, por decirlo de otra manera, el contingente de individuos que sustituirán a aquellos que fracasen en su apuesta por la vida. El arranque de estas nuevas vidas no es sino el arranque del nuevo ciclo para la especie.

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