Enfrentarse a un oso herido en su guarida, recibir la carga de un enorme jabalí acorralado o rematar un venado de imponente cornamenta cuando los sabuesos de Baviera lo tenían arrinconado eran proezas que abarcaban afición cinegética, coraje y valor, más aún si el cazador sólo iba armado con una lanza corta, una ballesta o una simple garrocha. Así eran los métodos de caza de la Edad Media, muy diferentes a los de hoy día, pero que ilustraban fehacientemente la pasión por este arte.

Antonio Adán Plaza
09/02/2010
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La Oficina Federal para el Medio Ambiente (OFMA) es responsable de la legislación cinegética nacionales suiza, exigiendo que cada cantón regule la caza dentro de su propio territorio. Este organismo también emite directrices para el cuidado de los animales protegidos, de interés preferente y del resto que viven en estado salvaje.
La Oficina Veterinaria Federal regula y supervisa todos los intercambios transfronterizos y la protección de las especies. Las licencias de caza son expedidas por los cantones. Para poder solicitarlas se deben tener al menos 20 años, pasar una prueba y cumplir con otros requisitos. Los tipos de licencia de caza disponibles (según precios y validez) varían de un catón a otro.
La formación de los cazadores se divide en dos partes:
1.- Conceptos teóricos concernientes a la fauna y conservación de la naturaleza, los perros de caza, el sistema jurídico, el ejercicio de la caza y las armas de fuego.
2.- Parte práctica consistente en un examen de tiro y el manejo del arma.
Tipos de permisos de caza

Las desnudas cumbres alpinas en las que habita el rebeco obligan a una dura ascensión que no todos los cazadores pueden soportar fácilmente.
Licencia de caza: el permiso autoriza a cazar en todo el cantón, excepto en los lugares prohibidos a nivel federal y cantonal. Este documento limita el número de animales que el cazador puede abatir en la corta temporada de caza (sólo unas semanas en el otoño). Los cazadores deben comprar la licencia en el condado y pagar sus impuestos.
Los cantones que permiten adquirir licencias de caza son: Berna, Uri, Schwyz, Obwalden, Nidwalden, Glarus, Zug, Friburgo, Appenzell-Rodas Exteriores, Appenzell Rodas Interior, Cantón de los Grisones, Tesino, Vaud, Valais, Neuchatel y Jura.
Reserva de caza: bajo el sistema de caza en la reserva, la comunidad política otorga por contrato a un grupo de cazadores (organizaciones de caza) el derecho a cazar por un periodo determinado, normalmente ocho años.
A finales de la temporada los cazadores deben notificar las especies y el número de animales abatidos a la oficina del OFMA y a la del condado al que pertenecían los trofeos. Este número afecta a la renta a pagar, teniendo siempre unos objetivos mínimos que deben cumplir los arrendadores.
Los cantones con esta opción de caza en Suiza son los siguientes: Zurich, Lucerna, Solothurn, Basilea-Ciudad, Basilea-Campaña, Schaffhausen, St. Gallen, Argovia y Turgovia.
Un rececho de altura
El martes 20 de octubre, después de la intensa jornada vivida el día anterior cuando logré dar caza a un íbex de 89 cm, partí del hotel esperando completar esta expedición por tierras suizas con un buen ejemplar de rebeco alpino. De camino a la zona de caza le comuniqué a Philippe, guarda mayor de la Reserva de Valois, que estaba dispuesto a disparar tanto a un buen macho como a una excepcional hembra, pues considero que éstas son mejor trofeo que algunos de los machos jóvenes, aunque otros cazadores las desprecien completamente.

En esta imagen se puede apreciar con claridad el desnivel por el que los cazadores tuvieron que recechar hasta localizar el trofeo que perseguían.
Aún de noche y pasados unos tres cuartos de hora de viaje en coche, el guarda apagó el motor y nos comentó que en las praderas que estaban enfrente (aún no podíamos verlas con claridad) se avistaban en ocasiones algunas cabradas de rebecos transitando desde la zona de la reserva a otros cotos gestionados por particulares. Esperamos unos minutos en los que aproveché para preparar el rifle y sacar los prismáticos. La penumbra de los primeros rayos del sol, aún oculto tras los altos picachos, iba dando forma a las laderas y rocas que teníamos en frente. El alba rompió súbitamente, cuando el primer destello solar encontró un pequeño portillo en la cordillera que teníamos a nuestra espalda. Un sinfín de colores verdes, marrones, amarillos y ocres aparecieron el bosque que nos rodeaba, haciendo resplandecer con un tono azulado la nieve que aún se conservaba en estas alturas.
Empezamos a ascender de nuevo por el camino serpenteante registrando con los anteojos todas las laderas a nuestro alrededor. No fue hasta que la garganta por la que subíamos se abrió totalmente, dejándonos ver la cima, cuando Philippe avistó un grupo de rebecos. Estaban en lo más alto de la cumbre, al viso, muy lejos de nuestra posición. La abrupta subida que teníamos que realizar para llegar a ellos aborto la estrategia, en un primer momento. Ascendimos otro largo trecho hasta dar vista por completo a las desnudas faldas rocosas situadas en esta zona del valle. Escudriñamos cada una de las piedras, praderas y neveros que teníamos a la vista con el fin de encontrar más rebecos, pero no fue así. La única esperanza en este paraíso lunar fue que de la primera cabrada avistada en lo más alto se habían rebajado dos machos, a juzgar por su negro pelaje, junto a cuatro o cinco hembras. El plan de ataque estaba previsto, el guarda y yo subiríamos lo más rápido posible para que no se marcharan los rebecos hacia la otra vertiente, mientras que Jorge se quedaría esperándonos en la mitad de la subida para no ser descubiertos.

Jorge Buendía nos muestra sonriente el viejo macho recechado por el autor de este artículo y que resultó medalla de oro.
El desnivel por el que avanzábamos era considerable, (jamás había subido algo tan rocoso), pero no era lo peor de todo. Grandes tramos por los que teníamos que avanzar eran lastras de piedras totalmente planas, de unos diez o quince metros de largos por unos veinte o treinta de caída. El esfuerzo que había que hacer con las piernas para no resbalar por estas losas era enorme. Teníamos que cruzarlas con paso firme, rápido y en sentido ascendente, para no caer abajo. Otras veces caminábamos por las estrechas sendas creadas por los rebecos, donde sólo te cabía un pie a la vez, flanqueadas por precipicios de más de veinte metros. A pesar de la dificultad del terreno y al respeto que tenía a estos tramos difíciles, realizamos la ascensión a buen ritmo.
No obstante, este esfuerzo no fue suficiente, pues cuando llegamos a la posición donde presumíamos que se encontrarían los rebecos, no había ni rastro de vida. Las tres horas de subidita no habían tenido el resultado deseado por nosotros.
Como el desenlace de la caminata fue negativo y aunque a primera hora de la mañana Philippe dijo que llegar a la cumbre sería imposible, me preguntó si aún tenía ganas de seguir subiendo. Mi repuesta fue clara: «Sigamos, ya que estamos aquí». Retomamos la marcha y a buen ritmo, pero con paradas frecuentes, nos dirigimos hasta un pequeño collado, siendo esta la puerta de entrada a la otra vertiente. Al cabo de una hora nos encontrábamos a poca distancia de coronar, pero nos detuvimos un momento para tomar aire y sosegarnos del esfuerzo. En esta pausa Philippe me advirtió que posiblemente los rebecos estuvieran nada más cruzar al otro lado. Así fue, nada más coronar y descender unos metros, los suficientes para ver la mitad de la ladera que caía casi en vertical, observamos los primeros animales.

El autor con el segundo íbex abatido en la primera jornada de esta expedición por las cumbres helvéticas.
Había un grupito de dos hembras jóvenes con sus crías ya crecidas. Empezamos a registrar palmo a palmo las caprichosas formaciones rocosas y ondulaciones del terreno. Al fin descubrimos más abajo el resto del grupo, donde se encontraba un macho que no tenía mala pinta. Trazamos en plan de acecho y nos dirigimos raudos a ellos, bien tapados por unos salientes rocosos, fuera de la vista de las dos hembras y su prole. Dimos un gran rodeo para ponernos con el aire de cara, lo que nos obligó a situarnos por debajo del rebaño. Ascendimos ocultos por un canalizo de un torrente del deshielo, hasta situarnos a unos cien metros de los caprinos. Metidos literalmente entre los pequeños piornos que nos rodeaban alcanzamos la parte superior del canalizo, para dar vistas al grupo.
El macho elegido estaba receloso del ruido producido en nuestra aproximación entre los matorrales de montaña. Buscamos un hueco donde apoyar el rifle y sacar el cañón para salvar las ramas de que nos ocultaban. Para ello Philippe empezó a romper cuidadosamente algunas de ellas. Al saltar la más gruesa de estas ramas, el rebeco ya desconfiado emprendió la fuga. Apresuradamente el guarda me instó a disparar. Nuestro rebeco se detuvo un instante, pero ofreciéndonos sólo la parte trasera, momento que aproveché para oprimir el gatillo. El tiro desviado provocó el giro brusco del animal, y en vez de correr hacia el horizonte y desaparecer definitivamente de nuestra vista, se desvió en forma ascendente para dirigirse a la otra vertiente. La posición en la que me encontraba era muy incomoda, más aún cuando tendría que hacer ahora un disparo de abajo arriba. Decidimos movernos hasta una peña cercana para allí apoyarme de nuevo.

Dada la agudeza visual del rebeco y su fino olfato, es un animal difícil de recechar y su aproximación debe hacerse con la máxima cautela.
El rebeco seguía su huida ascendente, pero de vez en cuando paraba para esperar a las hembras de su harén. Acomodado el rifle de nuevo y corriéndole la mano al macho situado ahora en tercer lugar después de juntarse con las hembras, esperé a que se detuviera de nuevo. Antes de ocultarse tras unos grandes peñones y viéndose a salvo dada la distancia que nos separaba, se paró y miró hacia atrás. El estruendo del rifle se dejó oír por las cumbres heladas, al mismo tiempo que el chop del impacto del proyectil en el animal. El negro macho se desplomó ladera abajo como fulminado por un rayo. Un buen tiro de 236 metros puso fin a su vida. Philippe me felicitó tanto por el tiro como por el buen trofeo conseguido. El viejo macho presentaba ya claros síntomas de estar en celo, pues su glándula en la parte posterior de los cuernos estaba ya inflamada. El largo y negro pelaje de invierno brillaba como el azabache, mostrando la buena salud del viejo jefe del rebaño. Un trofeo de 22 cm y un buen gancho cerrado y hacia dentro, característicos de los rebecos alpino, cerró la expedición por las cumbres alpinas. Dos intensos días con un balance de dos íbices y un rebeco fue el estupendo resultado de mi primera cacería internacional de alta montaña.
Fotos: Jorge Buendía
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