Me apetece hoy escribir sobre esta modalidad de caza de la que seguramente algunos de ustedes habrán oído hablar e incluso habrán practicado en alguna ocasión, pero que no suele ser demasiado conocida.
Rafael Rodríguez | 10/12/2009
Desgraciadamente, y por diferentes motivos que iré desgranando, su práctica es cada vez más reducida y a buen seguro dentro de algunas generaciones es posible que sólo sea un recuerdo más, como tantas y tantas otras modalidades cinegéticas de nuestro país.
La caza del ganso o ánsar común, como mejor por aquí se le conoce, tenía una gran tradición y un elevado número de practicantes entre las poblaciones limítrofes a las marismas de la desembocadura del río Guadalquivir, en todo el entorno del Parque Nacional de Doñana. En mi ciudad concretamente, Sanlúcar de Barrameda, quizás fuese la modalidad que mayor número de aficionados concentraba.
Con la llegada de los fríos, entre octubre y noviembre, miles de gansos, agrupados en esas peculiares bandadas en forma de uve, aterrizaban en las inundadas marismas de Doñana y su entorno. Llegaban huyendo del frío del norte de Europa en busca de alimento; su preferido, el fruto de la castañuela, una especie de gramínea que nace en los humedales marismeños y por cuya raíz o rizoma se vuelven locas estas aves. Lógicamente tampoco desprecian los arrozales segados o los trigales recién nacidos, para desesperación de los sufridos agricultores.
Su caza antaño tenía un fin más bien lucrativo que lúdico, pues eran muchas las personas que se sacaban por esas fechas un dinerillo extra con la venta de los ejemplares cazados. Recuerdo perfectamente cómo iban por los bares, mercado de abastos y calles pregonando su venta.

Quizás lo que más destacaba era la dificultad y dureza su caza, y por supuesto la experiencia del cazador y su buen hacer eran fundamentales para el éxito final. Lo habitual era usar reclamos vivos para atraer a los ejemplares silvestres. Hoy día, al menos de momento, este sistema no se puede emplear debido a la prohibición de usar reclamos vivos como consecuencia de la gripe aviar.
Cada fin de semana, normalmente la madrugada del viernes al sábado, cientos de cazadores partían con los maleteros de sus coches o remolques atestados de gansos domésticos hacia las marismas que circundan Doñana. La zona conocida como Isla del Arroz (Villafranco del Guadalquivir), era el punto de destino de la mayoría, aunque recuerdo otros maravillosos cazaderos como Los Caracoles o el Encerrado Garrido.
Al llegar al campo, normalmente dos o tres horas antes de las primeras luces del alba, comenzaba el trabajo duro. No era extraño que el lugar elegido para instalar el puesto y colocar los reclamos se encontrase a tres o cuatro kilómetros a pie, por un terreno normalmente inundado con cuarenta o cincuenta centímetros de agua y barro hasta las rodillas. Al esfuerzo que ya de por sí suponía caminar por una superficie así, había que añadir el peso de los reclamos, normalmente 6 pájaros o más por cazador, a una media de cuatro o cinco kilos de peso cada uno; la escopeta, los cartuchos y algunas viandas para acallar el estómago a media mañana después de semejante esfuerzo.
Una vez llegado al lugar elegido, la temperatura a esa hora, cercana a los cero grados (por arriba o por debajo), no se correspondía con el sudar copioso de los jadeantes cazadores. Pero no terminaba aquí el duro esfuerzo, ni mucho menos. Primero había que colocar los reclamos. Cada cazador conocía a la perfección a todos y cada uno de sus pájaros, incluso en la oscuridad de esa hora era capaz de diferenciarlos unos de otros. Según el carácter de cada uno y su forma de reclamar iban colocándolos sobre el terreno de forma estratégica. Mediante una cuerda atada a una anilla en la pata de los reclamos y una estaquilla de madera, se iban colocando alrededor de lo que sería el puesto.
Una vez ubicada la tropa había que fabricar el puesto. En una zona tan abierta y llana como la marisma o los arrozales, la única forma posible de camuflarse era evidentemente bajo tierra, o mejor dicho, bajo barro y agua. Con palas se cavaban unos agujeros de la profundidad y ancho suficientes para ocultar a un hombre agachado, de rodillas o sentado en un pequeño banquillo. El primer barro extraído se iba amontonando alrededor del agujero, para evitar así la continua entrada de agua, el resto del barro, hasta lograr el tamaño deseado, había que esparcirlo por los alrededores, sin hacer montones que sobresaliesen por encima de las someras aguas y pudiesen provocar el recelo de los astutos ánsares. Normalmente se construían dos hoyos, de forma que el puesto quedaba integrado por dos tiradores. Para terminar se colocaba alguna vegetación de la zona alrededor de los socavones: almajo, si se estaba en la marisma, o paja de arroz, si el cazadero era un arrozal recientemente segado.
Con las primeras luces del día asomando por el horizonte comenzaban a sonar en la distancia el típico trompeteo de estos pájaros. Los reclamos, acostumbrados a su trabajo, no tardaban en contestar, estableciéndose entre unos y otros una escandalosa conversación. Pronto llegaban las primeras bandadas que comenzaban a volar en círculo a una distancia prudente de reclamos y cazadores. En esos momentos era crucial la quietud, incluso más importante que el silencio, pues estas aves tienen muchísimo más desarrollado el sentido de la vista que el del oído.

Poco a poco, y si nada les advertía del peligro, comenzaban a acercarse. Los reclamos con los cuellos estirados al cielo y sin parar de graznar, los silvestres respondiendo a la llamada y planeando en dirección a sus congéneres domésticos. Os puedo asegurar que es verdaderamente alucinante ver a esos mastodontes del aire planeando hacia el cazador con el tren de aterrizaje ya desplegado; la boca se te queda seca, se te eriza el vello y los nervios amenazan con dejarte bloqueado en el momento clave.
Normalmente, el cazador más experimentado de los dos que integraban el puesto daba la voz de fuego cuando apreciaba la distancia idónea para el tiro; una buena fórmula consistía en esperar hasta poder distinguir con claridad los ojos de los pájaros. A la voz de ya ambos tiradores se incorporaban en sus agujeros y comenzaba el tiroteo ante la rápida reacción de huida de las asombradas aves. Al neófito podrá parecerle bastante sencillo el disparo a un pájaro de 4 ó 5 kilos de peso y más de un metro de envergadura a una distancia de apenas ocho o diez, pero os puedo asegurar que sin la suficiente experiencia y aplomo, era bastante fácil errar el tiro. También debe tenerse en cuenta que, en contra de lo que pueda parecer, un ánsar es capaz en dos o tres aleteos de colocarse en un suspiro a más de 30 metros, distancia a la que ni siquiera el perdigón del 3 o del 4 que se solía usar, será capaz de perforar el grueso pelaje y la dura piel de estos pájaros. Además, no se trataba sólo de acertar un pájaro, sino que se consideraba casi un fracaso no acertar todos o casi todos los disparos: dos si se tiraba con paralela, o tres o cuatro (cuando no había limitación de carga) si era con semiautomática.
El cobro debía realizarse rápido, pues otras bandadas se perfilaban por el horizonte. Como ya he dicho, el ánsar es un pájaro bastante desconfiado y astuto, raramente entrará a tiro de un cazador al descubierto y ver a varios de su especie panza arriba, flotando en el agua, no es precisamente algo que les atraiga. Así pues, los ejemplares abatidos debían ser ocultados cuanto antes, o bien colocados boca abajo, con la cabeza pegada a la pechuga y el pico clavado en el barro, a fin de simular que nadaban buscando comida en el fondo.
La jornada solía alargarse hasta bien entrado el mediodía, mientras los ánsares siguiesen entrando a los reclamos los cazadores permanecían en el puesto, tanto esfuerzo inicial debía ser bien amortizado.
Los cazadores más modestos, normalmente jornaleros del campo inactivos durante los meses invernales, encontraban en este tipo de caza una fuente de ingresos con los que ir tirando en casa por estas fechas. Entre ellos el aspecto lúdico-deportivo de la caza pasaba a un segundo plano y por ello solían rentabilizar al máximo sus tiradas. Rara vez solían disparar a los gansos en vuelo, preferían esperar a que se posasen a corta distancia de los reclamos y con infinita paciencia y aplomo intentaban igualar en la misma línea de tiro los largos cuellos de varios ejemplares, de tal manera que de un solo disparo podían abatir tres, cuatro o hasta cinco gansos a la vez.
Una vez finalizada la jornada, vuelta al trabajo: ahora no sólo debían cargar de vuelta con los reclamos, sino con las piezas abatidas, que en una buena jornada podían pasar fácilmente del centenar. Aún permanece fija en mi retina, y eso que era muy niño aún, esos hombres caminando pesadamente por el barro de la marisma inundada, con los sacos al hombro de los reclamos, la escopeta y un largo cordel tras ellos con todos los gansos cobrados atados y semi-flotando por el agua. Esta era la forma menos costosa de llevar a tierra firme la cacería, aunque os puedo asegurar que tirar de cincuenta o sesenta gansos, aunque fuesen flotando, costaba lo suyo.
La mayoría de cazadores pernoctaban todo el fin de semana en la marisma, a fin de realizar dos tiradas. Muchos aprovechaban la tarde noche para cazar patos al caer, como aquí le llamamos, que consiste en tirarlos a la hora del crepúsculo, momento en que suelen desplazarse a los comederos, pues si bien el ganso es un ave netamente diurna, la mayoría de especies de ánades (reales, patos cuchara, cercetas, rabudos, silbones…) son mucho más activas durante la noche que el día.
Otras zonas en las que también era tradicional realizar tiradas de ánsares, eran las inmensas dunas de arena de Doñana, aunque estos cazaderos quedaban reservados a unos cuantos privilegiados. El ganso, para digerir la dura castañuela, debe ingerir ingentes cantidades de arena y ésta la tenían de sobras en el corazón del Parque Nacional de Doñana, en los conocidos Cerro de los Ánsares o Cerro del Trigo.
Hasta el año 1983 estaba permitida la caza en el interior del Parque, aunque como ya he dicho, su práctica quedaba reservada a unos pocos bien relacionados con las altas esferas de la política. Todos los días, al amanecer, miles y miles de estas aves se concentran en estas dunas de rubia arena procedentes de sus cuarteles marismeños. Yo he tenido la ocasión de presenciar este espectáculo varias veces y os puedo asegurar que no hay nada comparable: bandadas y más bandadas de ánsares, con un griterío ensordecedor, van poblando en cuestión de minutos toda esa inmensidad de arena blanca. Miles de aves cubren en no más de 15 ó 20 minutos una enorme superficie dunar, hasta el punto que casi es imposible poder ver un palmo de arena.
En esos lugares, los guardas preparaban los días previos a la cacería los aguardos, también cavados en la arena, aunque esta vez sin agua ni barro. Aún de noche llegaban los cazadores a caballo, o en aquellos antiguos Land Rover’s. Sólo tenían que apearse, coger la escopeta y ocultarse en el hoyo a la espera de los ánsares.

Os podréis imaginar la cantidad de disparos que en apenas una hora podían realizar. Tantos tiros se han pegado en esos cerros que dicen que aún hoy es fácil encontrar plomo entre la arena. Tras la cacería, vuelta al caballo o al coche y al Palacio de Marismillas o al de Doñana, a disfrutar de un opíparo almuerzo; mientras los guardas y algunos chavales de la zona buscando la propina, se dedicaban a recoger la cacería y trasladarla a Palacio mediante caballos o mulas.
Pero por desgracia, esta fascinante modalidad de caza parece tener los días contados. Muchas son las causas posibles de su declive, pero no se lleven a engaño, el número de gansos que cada año nos visita no se ha visto apenas reducido en estas últimas temporadas. Y si lo ha hecho sensiblemente, desde luego no podemos achacarlo a la caza.
Llevamos ya varios años en los que se mantiene, incomprensiblemente, la prohibición del uso de reclamos vivos. En nuestro país apenas ha tenido incidencia la gripe aviar y desde luego hace ya años que no se detectan nuevos casos de animales contaminados. No es lógico por tanto el mantenimiento de esa prohibición ¿Es una excusa quizás para acabar para siempre con esta tradicional forma de caza? Sin reclamos vivos, la caza del ganso no tiene sentido, es inviable y desde luego casi impracticable.
Como ya he relatado con anterioridad, esta modalidad de caza es de una dureza extrema. Los restrictivos cupos establecidos en los últimos 10 ó 15 años no invitan desde luego al cazador modesto a semejante esfuerzo. Y por el contrario ¿han servido esos cupos para aumentar de forma significativa la población de gansos que cada año nos visita? Desde luego que no, siguen viniendo los mismos o quizás menos, que cuando se cazaban un mil por mil más que ahora.
La expansión de las zonas de especial protección dentro del Espacio Natural de Doñana, en las que se ha prohibido tajantemente cualquier tipo de actividad cinegética es otro factor a tener en cuenta. Los ánsares tienen espacio suficiente y comida de sobras sin tener que exponerse más allá de los límites del Parque.
Quizás se me escapen otros motivos, otras razones, otros argumentos más allá de los que un humilde aficionado a la caza sea capaz de comprender. Es posible que los ilustrados técnicos medioambientales que establecen estas normas y los ecologistas de despachos que los asesoran, estén convencidos de hacer lo mejor por nuestro medioambiente. Nosotros sabemos que nos es así, pero ellos mandan y nosotros, mientras no seamos conscientes de nuestra verdadera posición, seguiremos agachando la cabeza ante tantos y tantos atropellos. Afortunadamente lo que jamás conseguirán será borrar de nuestras memorias esas inolvidables jornadas de caza.
Hace unos días comentando este tema con unos amigos no entendian que habiendo ampliado Doñana esta zona como preparque, las marismas se encuentren totalmente secas y los ansares se estan marchando a buscar comida (castañuelas) a unas lagunas de Extremadura. Actualmente hoy són muy pocos los cotos de la zona donde se pueda hacer buenas cacerias de ansares y mucho menos cazandose con reclamos de plastico ya que lo bonito de esta caceria es ver como tus reclamos atraian con sus cantos a las bandadas de ansares silvestres.
Enhorabuena por el articulo paisano.
Saludos amigo Rodríguez
Este año por primera vez he vivido este tipo de caza y la verdad que es una locura en todos sus sentidos. Es la caza de la caza, para mi ha sido una de las experiencias más impactantes como cazador de acuaticas que por cierto ya hace nuchos años.
Gracias a dios poseo un coto por las inmediaciones y que dure.
Un abrazo.
No hay más artículos de este autor
Quiero organizar una montería cochinera: ¿cómo lo hago?
Santiago Segovia
Gorgonio, de caza con Delibes
Jorge Urdiales
El perro de sangre: La perfección no existe
Juan Pedro Juárez
Los zorzales, una alternativa en tiempos de crisis
Cristóbal de Gregorio
El perro de sangre: Pinocho y su nariz
Juan Pedro Juárez
10 calibres para la nueva temporada
R. González Villarroel (244903 lecturas)
Los otros calibres que no son del 12
Pedro A. Suárez (211344 lecturas)
Diez razas de perros para disfrutar de la temporada
E. B. y J. A. C. (208963 lecturas)
Antes de salir de caza: ¿su escopeta le queda bien?
Gonzalo Gómez Escudero (144604 lecturas)
Rifles para caza mayor, pero... ¿Cuánta precisión se necesita?
Pedro A. Suárez (128236 lecturas)