Febrero viene marcado por la finalización de la caza mayor. Es tiempo de cuentas y balance de la temporada cinegética, tanto en lo personal como en el resultado de las diversas monterías celebradas en las diferentes fincas o comarcas.
Patricio Mateos-Quesada | 25/02/2009
El jabalí en estas cuentas interviene de manera muy destacada: para cada montero, habrá sido el año en el que por fin haya conseguido el trofeo que siempre anheló en un lance con fortuna, o quizá de nuevo deba esperar ese momento para temporadas venideras y guardar para sí la ilusión de poder cruzar un momento de su vida con la huida de un macareno en alguna de nuestras sierras.
En el conjunto de las monterías es el jabalí la pieza principal y la que engorda las estadísticas para que propios y extraños puedan valorar los resultados junto a otras fincas. Y en estas valoraciones se lleva a cabo como norma general una injusticia que equipara a las fincas bien gestionadas con las mediocres o con aquéllas que carecen de gestión. Nos referimos a que en la mayoría de los estadillos del balance, todos los jabalíes cuentan igual, tanto un navajero como un rayón, porque, en definitiva, es el número de piezas lo que se cuantifica en este resultado final. Ni siquiera para la administración o para la propia gestión de las fincas esta relación separa a sexos o edades y así, cada temporada, se pierden cientos de datos que podrían ser muy útiles para normalizar un tipo de caza más acorde con las pretensiones del cazador y con la aparición de trofeos.
A pesar de lo dicho, cada día encontramos más resúmenes de temporada en los que detallan, al menos, el número de trofeos en lo que se refiere al jabalí; esto nos aproxima más al conocimiento respecto a la calidad de la finca y, en cierta manera, al buen hacer de sus gestores.
Hembras territoriales
Pero es ahora sobre todo, en el período de partos que comprende los meses de febrero y marzo en el bosque mediterráneo, cuando las hembras preñadas adquieren un comportamiento similar al de otras especies de ungulados en los momentos previos al parto, pero con sus propias particularidades, como no podría ser de otra manera.

En la gestión de estos suidos no debemos olvidar que el principal competidor de un jabalí es otro jabalí, lo que puede traer malas consecuencias para los ejemplares más débiles. © Eduardo Ruiz Baltanás.
Comentamos en anteriores capítulos dedicados a esta especie que cuando el celo se adelanta por efecto del suplemento alimenticio durante el verano, los partos podrían producirse en los meses de diciembre y enero, con la consiguiente mortandad que el adelantamiento podía ocasionar sobre los rayones. En condiciones normales y para el ambiente mediterráneo es ahora en febrero y marzo cuando las hembras paren de manera natural, dentro de un ciclo en donde, tras las estrecheces estivales, el otoño provoca el celo mediado, sobre todo, por la caída de la bellota.
Y como en buena parte de los ungulados gregarios, en los momentos previos al parto la hembra se vuelve territorial e impide que otros congéneres ocupen un reducido espacio de terreno que ahora les pertenece en exclusiva. El comportamiento de grupo ahora se torna solitario y las hembras parturientas se segregan de sus grupos de referencia para pasar solas una pequeña temporada previa y posterior a los momentos del parto.
Los nidos
En algún lugar solitario y resguardado por la vegetación, harán un nido en el que parirán de uno a seis rayones, siendo lo normal en torno a tres. Este nido será una depresión, practicada con su propia jeta, en donde pueda acomodarse el cuerpo de la jabalina. Estará forrado de material herbáceo seco con el que aislar a los rayones recién paridos del suelo. En el nido parirá y los rayones pasarán sus cruciales primeras horas de vida apelotonados entre sí y junto a la madre, quien les proporciona un calor vital en unos momentos en los que carecen de termorregulación y una leche fundamental para acabar de estructurar un sistema inmunitario vital para el mundo en el que se van a desarrollar.
Estos lugares tienen una gran importancia para la vida de los individuos, ya que existe con ellos una relación de por vida y su área de campeo podrá girar en torno a estos espacios. Lo normal es que las hembras que aquí han nacido, vuelvan a parir cuando les llegue su momento, tal es el grado de filopatía que se establece entre lugares y los individuos aquí nacidos.
Monterías para gestión
Es habitual en nuestras sierras dar las manchas más cálidas en los meses más fríos del año con la esperanza de que sea ahí donde esté la mayor parte de los jabalíes de nuestra población. Y, en efecto, así es, estando compuesta la mayoría de esta población por grupos familiares y, entre ellos, las hembras con las crías a punto de parir o recién paridas.

Como febrero es el mes, al coincidir con la paridera, en que más claramente se encuentran separados machos y hembras, se convierte en la época ideal para regular, y gestionar, las poblaciones de jabalíes presentes en una determinada finca o en una mancha en concreto. © Eduardo R. Baltanás.
Si lo que pretendemos en nuestra población es eliminar una buena cantidad de individuos o cargar sobre las hembras, hasta este momento se han expuesto con claridad las pautas que habría de seguir; si somos capaces de localizar una mancha de paridera, casi exclusivamente capturaremos hembras de edad avanzada con una gestación casi finalizada o con las mamas llenas de leche, lo que nos indica que los rayones han sido muertos o capturados por los perros. De esta manera, descastaríamos a las mejores hembras, a las líderes de los grupos, gordas por la preñez y fáciles de capturar por esa razón o por ir seguidas de rayones, mientras que los machos quedarían indemnes en las tierras más frías de nuestra mancha.
Para capturar estos machos y dejar a las hembras tranquilas, será la zona más fría la que debamos batir en estos últimos lances de la temporada; será así como únicamente elevemos las posibilidades de capturar machos viejos y, por tanto, con trofeos, dejando el reclutamiento de años venideros intacto si impedimos el paso de perros a las manchas de cría.
Trofeos en fincas cerradas
En finca cerrada parece a priori fácil de ejercer una gestión en la que seleccionar individuos para trofeos. En primer lugar, debemos sincronizar la entrada en celo de las hembras y, por ello, la paridera; esto es sencillo si procuramos que en el verano o en aquel momento de estrecheces alimenticias, realmente atraviesen este período y no haya un suplemento que posibilite la entrada de las hembras en un celo temprano. Las características de las manchas deben ser conocidas por los gestores y deben saber, por tanto, cuáles son aquellas en las que paren las hembras, en las que se reúnen los grupos familiares ajenos a la paridera y cuáles las de los machos.

Al plantear los puestos en una montería que se vaya a celebrar en los meses más fríos, no debemos pensar en las solanas para que los monteros no se hielen, pues estas zonas sólo estarán ocupadas por grupos familiares y hembras con rayones.
Lo ideal sería dar las manchas en las que no están los machos evitando también las que sirven de asentamientos de nidos, labor sumamente complicada, pues manchas de paridera y de asentamiento de grupos familiares, suelen estar muy próximas entre sí. Si fuera posible este último punto, favoreceríamos el reclutamiento e incidiríamos en la edad intermedia de la población, lo que nos proporcionaría un éxito en la montería en términos de individuos abatidos.
Al evitar las manchas de machos durante varios años, favoreceremos que los individuos adquieran edad, algo fundamental para la obtención de trofeos en esta especie. Si, por ejemplo, las manchas de los machos las damos en años alternos, un macho de un año que se escape de la montería sin ser abatido, tendrá tres años para la próxima vez que esa mancha vuelva a darse y, si escapara de nuevo, cinco, edad más que suficiente para obtener un buen trofeo. Ésta sería una buena forma para capturar machos con trofeo de manera sostenida y constante en el tiempo, si bien caben otras posibilidades que más estarían en función de las características de las fincas y los tipos de monterías que se den, pues generalizar con esta especie sin mirar las particularidades de cada finca, sería un soberano error.
Las fincas abiertas
No es un éxito garantizado en cotos abiertos dejar de dar una mancha sin batir durante varios años para incidir sobre ese espacio al cabo de un tiempo considerable. Los jabalíes tienen mecanismos de autorregulación poblacional y no debe darse una acumulación de sus efectivos de manera progresiva en lugares donde se lleva tiempo sin cazar. Lo más efectivo será, sin duda, aplicar un esfuerzo a una mancha concreta, según sus características y el momento del año en el que estemos para la obtención de trofeos o de efectivos abundantes.

Para llevar una buena gestión de una finca de caza mayor habría que llevar una exacta contabilización de los jabalíes que se abaten en sus monterías, pero siempre separándolos por sexos y edades.
De nuevo tenemos en el mes de febrero un elemento más para la gestión y la regulación de las poblaciones de jabalí en nuestras fincas. La paridera podría ser la época del año en la que más separación de funciones existe en el jabalí y, por tanto, separación en sexo y edades.
Este aspecto puede ser aprovechado para gestionar con las posibilidades que nos ofrece la propia actividad cinegética, favoreciendo el trofeo o el aumento de la población. De nuevo el gestor de nuestras manchas tiene la posibilidad de combinar los ciclos del jabalí con sus propias pretensiones, debiendo de ser la primera de éstas la conservación de las poblaciones y la extracción de trofeos.Este artículo pertenece a la serie
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