Los piñones o pitas (besos) del piñoneo —piteo, castañear o lanzar besos— son golpes secos, rítmicos y cortantes. Su onomatopeya es muy similar al chasquido de los dedos de una bailaora de flamenco o al sonido de un beso restallón.
José F. Titos Alfaro | 25/04/2008
Son, así mismo, un descarado y beligerante desafío o reto al combate y a la gresca, por lo que, junto al curicheo —inseparables compañeros de andadura casi siempre— es un canto esencial en la preparación de un lance y, en especial, a la hora de la verdad que, para un reclamo, como para un torero, es el muy tenso momento de entrarse en el estoque, para efectuar la inmolación del toro.
El reclamo, a la hora de recibir, se bufa y abulana, y olvidándose, definitivamente, de intercalar algún que otro reclamo de cañón, aunque no del todo de algún oportuno reclamo de embuchada, se dedica por completo a intercalar, indistintamente, curicheos y pichoneos, con descaro fariseísmo en su actitud, como en la silenciosa suavidad con que los emite.
Más que de un canto como tal, el claqueo es un sonido que, incontenible y apasionado, deja escapar el macho, cuando engallao, grifando las plumas y arrastrando el ala, a imitación del gallo que le hace la rueda a la gallina, persigue a la hembra para pisarla. Ese trémolo, electrizante y ardiente cla, cla, cla del perdigón no tiene más historia.

Foto: JACS
Sin embargo, yo lo he visto hacer, en otras circunstancias, a un macho cuando su hembra, descaradamente infiel y con menos vergüenza que una cabra bajo el rabo, acudía al trovador del pulpitillo, al parecer, locamente enamorada y cautivada por él, en tanto su macho, no pudiendo hacerla desistir de tan descarados cuernos con los dulces arrumacos de sus piropos, se le interponía en su camino, arrastrándole el ala, en cortos y nerviosos arcos y extremadamente galante y apuesto, sin dejar de cloquear, intentando con ello interceptarle el paso.
Cocleo, cloqueo, titeo o cañamoneo. A modo y manera de gallina clueca que, con cualquier manjar en el pico, cloquea maternal y enternecedoramente amorosa, invitando a sus polluelos a acudir al presente que se les ofrece, los reclamos excepcionales, sólo los excepcionales, usan y abusan, con increíble astucia e hipocresía, de este cloqueo como engaño, recibiendo a sus invitados —una vez que los tienen ante la vista— ante el que, por atractivo irresistible, suelen acudir como atraídos por un misterioso imán.
Este cloqueo, lógicamente, siempre va acompañado de una serie de amorosísimos gestos que, por supuesto, son tan farisaicos como los mismísimos cloqueos que están emitiendo. Y así, estos maravillosos sepulcros blanqueados, emulan a la perfección a la maternal y amorosa clueca, picoteada la esterilla, simulando tener toda una exquisitez de bocado en el pico y ofreciéndolo al invitado, en tan dulce cloqueo, que difícilmente lo haría más amoroso la más maternal y tierna de las gallinas cluecas, y entonces, a ver quién es el que se resiste ante tan generoso y amable (¿) anfitrión. Se trata, pues, de un trémolo, rápido y amorosísimo ti, ti, ti, ti que, ciertamente, resulta realmente asombroso.

Foto: mi pollo.
Hablemos del picheo, chirrío, piolío, revuelto, rebote o espantar al campo. El que un reclamo se picheé en el pulpitillo es también un signo muy significativo de la alta calidad del reclamo que la emite.
Cuando un reclamo sale una y otra vez de cañón, de piñoneo y de curicheo, explorando y provocando al campo, y no hay ninguna campesina que se le ponga al aparato, cansado y decepcionado de tanto y tanto esperar, recurre a éste con una nueva artimaña o engañifa de pichearse, intentando con ello despertar a las posibles perdices que pueda haber por los alrededores, y que, mudas y amojonadas, como si estuvieran durmiendo el sueño de los justos, si es que no cabeceando una pegajosa modorra, ya que este picheo es como un repentino y desesperado grito de terror con el que avisa a las incautas y descuidadas campesinas de un inminente y atroz peligro, que por allí termina de aparecer, inesperada y sorprendentemente. El reclamo, para pichearse, repentiza un inesperado, alocado y súbito revuelo como mejor puede en la estrecha prisión de la jaula, al tiempo que deja escapar ese desatentado y terrorífico pichoooo, pichoooo, capaz de despertar, por lo enormemente aterrador que es, no ya a la patirroja amodorrada, sino que también hasta la que ya es un cadáver en descomposición. (Artículo 3 de 7).
Este artículo pertenece a la serie
Los diferentes cantos del reclamo (I)
Los diferentes cantos del reclamo (II)
Los diferentes cantos del reclamo (III)
Los diferentes cantos del reclamo (IV)
Los diferentes cantos del reclamo (V)
Permítame le agradezca su esfuerzo por querer trasmitir lo que nosotros los humanos, creemos que significan los diferentes cantos de la reina de nuestros campos.
Un abrazo,
David/Jaulero.
Los diferentes cantos del reclamo (y VII)
(19/03/2009)
Los diferentes cantos del reclamo (VI)
(01/10/2008)
Los diferentes cantos del reclamo (V)
(08/08/2008)
Los diferentes cantos del reclamo (IV)
(27/06/2008)
El «Pichinero»
(06/06/2008)
La voz del campo
Manuel Romero
Sonrisas y lágrimas
Francisco Álvaro Ruiz de Guzmán-Moure
La imagen del reclamo
Manuel Romero
La ilusión de una nueva temporada del reclamo
Manuel Romero
El reclamo y la tradición
Manuel Romero
10 calibres para la nueva temporada
R. González Villarroel (244921 lecturas)
Los otros calibres que no son del 12
Pedro A. Suárez (211389 lecturas)
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