Los cazadores en Sudáfrica defienden su derecho a disparar

Adri Kitshoff, cazadora profesional en Sudáfrica, apunta a través del objetivo de su fusil, dispara y a 100 metros, un antílope cae muerto de inmediato. Adri cierra los ojos, visiblemente aliviada porque lo consiguió y el animal no sufrió.


La directora de PHASA, la Asociación de Cazadores Profesionales de Sudáfrica, ya ha cazado muchas veces a sus 57 años, pero le tiemblan las manos cuando se dirige hacia el cadáver del animal. «Si un día me sintiera afectada después de haberle quitado la vida a un animal, no volvería a cazar nunca más», asegura, acariciando al antílope muerto. Adri sabe que no puede compartir su pasión con la mayoría de la gente, pero su asociación pretende luchar con argumentos, ya que los cazadores, en Sudáfrica, son considerados como un eslabón esencial en la protección de la naturaleza. Los cazadores de PHASA atraen a ricos aficionados extranjeros, mayoritariamente estadounidenses, que están dispuestos a pagar decenas de miles de dólares para seguir la pista y matar búfalos, grandes felinos o elefantes, en tierras africanas donde la caza de trofeos es legal. Según el país, la caza de león durante veinte días puede costar entre 80.000 y 130.000 euros, por ejemplo. Los beneficios sirven para mantener las reservas. «Si se practica de manera viable, es decir, no matando más animales de los que la naturaleza genera, la caza permite proteger la fauna y el medio ambiente», explicó Hermann Meyeridricks, presidente de la asociación. En Sudáfrica, la caza solo está autorizada en las reservas privadas, no en los parques nacionales como el de Kruger (en el noreste del país). Adri ha pasado varias horas siguiendo la pista de diferentes animales en la sabana de la granja de Iwamanzi, en la provincia del noroeste, antes de encontrar este viejo macho solitario, reconocible por los círculos blancos de sus cuernos.

Amenazas de muerte

Ni hablar de disparar desde un coche. El código ético de los cazadores quiere que el animal tenga su oportunidad. «Los cazadores no son personas violentas a las que les guste matar», afirmó Hermann Meyeridricks. «Cazar es una experiencia que te acerca a la naturaleza, tienes que saber interpretar la sabana, tienes que formar parte del ecosistema», defendió. No obstante, estas prácticas ofenden cada vez más a la opinión pública de los países industrializados. «África no puede permitirse el lujo de adoptar la postura europea», replicó Meyeridricks. «Para que la fauna prospere, los habitantes tienen que sacar provecho, beneficio económico. Y no tiene que haber conflicto con los animales, en especial en la agricultura (…) Los hombres forman parte del ecosistema, no se puede hablar solo del ‘derecho’ de cada animal a existir», defendió. Según la ministra sudafricana de Medio Ambiente, Edna Molewa, la industria de la caza legal aporta alrededor de 6.200 millones de rands al año (440 millones de euros-480 millones de dólares). Varias importantes organizaciones de defensa del medio ambiente, como World Wide Fund (WWF), apoyan la caza en condiciones legales, sostenibles y éticas promovidas por PHASA. En Iwamanzi, Adri, sentada con su fusil detrás del antílope muerto, posa para la foto de recuerdo. Después, los cazadores llevan al animal al matadero para recuperar los trofeos —el cráneo con los cuernos y la piel—, pero también la carne. Fotos y trofeos que le valieron a Adri, a Hermann y a muchos otros cazadores amenazas de muerte profesadas contra ellos y sus hijos. Un odio doloroso. «Yo tengo elección. Puedo elegir mi carne en un supermercado o tener una maravillosa experiencia en la naturaleza yendo a cazar», se defendió. «Piensa en las vacas que se llevan al matadero, el estrés que sufren… mientras que este antílope ni siquiera sabía que yo estaba ahí, ni siquiera sintió venir la muerte», afirmó.
Comparte este artículo

Publicidad