Varias naciones han decidido calificar la caza furtiva como delito grave
La Declaración de Londres, compromiso firmado por 41 naciones, busca poner fin a la cacería furtiva, que ya se encuentra «fuera de control».
Esfuerzos intensos
El compromiso, apodado Declaración de Londres, sigue a un número de esfuerzos de alto perfil en todo el mundo, incluyendo un encuentro de finales del año pasado en Gaborone y una conferencia orquestada por la Convención sobre el Comercio Internacional de Especies Amenazadas de Flora y Fauna Silvestres (Cites, por su sigla en inglés), celebrada en marzo en Bangkok. Will Travers, presidente de la fundación Nacido Libre, una organización no gubernamental basada en Horsham, Reino Unido, que ha estado involucrada en las negociaciones de esta semana, dice que el compromiso de Tanzania de apoyar una prohibición al comercio de marfil fue especialmente importante. Este país previamente había presionado para que se permitieran ventas «únicamente» legales de marfil de elefante, algo que muchos científicos creen que podría alimentar más la demanda y consecuentemente la cacería furtiva. Se siguen necesitando más recursos para combatir el tráfico de vida silvestre, destaca Travers, pero la atención puesta actualmente en el tema es un enorme progreso. «Nunca habíamos logrado que estos temas se discutieran a estos niveles», señala. Firmada por 41 naciones, la Declaración de Londres es la culminación de una semana de intensas negociaciones entre políticos, científicos y conservacionistas. En paralelo, la Sociedad Zoológica de Londres (ZSL, por su sigla en inglés) auspició el 11 y 12 de febrero una reunión de muchos de los principales expertos mundiales, en un intento por sugerir soluciones ante el aumento actual de la cacería furtiva. Jonathan Baillie, director de programas de conservación en la ZSL, dijo al inicio de la reunión: «La mayoría estamos aquí porque creemos que el tráfico ilegal de vida silvestre está completamente fuera de control».Símbolo de status
Es ampliamente aceptado que el aumento en la cacería ilegal de elefantes y rinocerontes de los últimos años ha sido motivado por las crecientes economías del Lejano Oriente, especialmente China, donde parte de la cada vez más rica clase media de la nación ve en el marfil un símbolo de status. Muchos portavoces dijeron que el problema también emana parcialmente de las sentencias indulgentes que reciben los traficantes de vida silvestre, y del hecho de que la mayoría de los que son atrapados son gatilleros de bajo nivel y no los comerciantes y exportadores que facilitan el movimiento de productos desde África hasta los mercados en crecimiento de Asia. «Incluso cuando son atrapados, las penalidades que sufren estas personas son mucho más bajas (que las correspondientes a otros crímenes)», dijo Davyth Stewart, de la oficina de la Interpol en Lyon, Francia, para crímenes de vida silvestre, durante el encuentro de la ZSL. Stewart mencionó un ejemplo de Irlanda, donde dos hombres fueron capturados con cuernos de rinoceronte con un valor de aproximadamente medio millón de euros (680.000 dólares), aunque la multa solo ascendió a 500 euros cada uno. Stewart también advirtió que el precio cada vez más alto de los productos ilegales de vida silvestre está haciendo que los cazadores sean cada vez más implacables. «La cacería se planifica mejor, los cazadores están mejor armados. Estamos viendo niveles de violencia cada vez más altos», destacó. Stewart urgió a los encargados de enfrentar estos crímenes a ver a la otra criminalidad asociada con ellos y a focalizarse en gente más arriba en la cadena vía leyes fiscales y de lavado de dinero, así como también con leyes para crímenes contra la vida silvestre. Entre historias desgarradoras de animales masacrados, durante el encuentro surgió la sensación de que la atención que ahora se le está dando al tema podría traer cambios que marquen la diferencia para los animales actualmente amenazados. «Es una herencia que la naturaleza nos dio gratis», dijo Samson Parashina, presidente del Fondo de Conservación de Vida Silvestre Masai, en Kenia. «Necesitamos defenderla», agregó.